ENTAMU

El último año del siglo XIX, vio la llegada de mi abuela a la vida, en el humilde y pescador barrio de Sabugo; vio la llegada de mi abuelo, que con su familia mirandina, desembarcó en el puerto de Santander, trasladándose a la Calle Nueva de Avilés. Llegaron a bordo del barco Alfonso XIII, procedentes de Santa Clara (Cuba), él apenas tenía tres años, sus padres no habían ido a hacer la Habana, habían ido de criados de unos señores de Galiana, y regresaron con cuatro reales, con los que abrieron el bar Casa la Rubia.

Cuento todo esto, porque mi abuela, es una de las mayores responsables de mi interés por la historia de nuestra villa; Sus historias sobre cosas acontecidas en la villa, como el hambre que pasaba en los principios del siglo XX, el vampiro de la Magdalena, el bar que poseía mi bisabuela, la fabrica de baldosas de mi abuelo, etc., me hicieron empezar a investigar sobre nuestro pasado. No es que mi abuela fuera una gran contadora de historias, pero recuerdo que a mediados de los años 80, cuando la televisión programaba la serie Raíces, esa serie hizo que empezará a interesarme por mis antepasados, ¿quiénes eran? ¿cómo vivían? ¿de donde procedían?, ahí empezaron las preguntas a mi abuela, de sus respuestas salieron nombres como Gertrudis, Benita, el Sargento “Pates”, Pepe “El Cristo”, etc. Veinte años más tarde, me regalaron un libro: “Avilés Memoria Gráfica”, cientos de fotografías del Avilés de primeros del siglo veinte. En ese momento renació mi interés por nuestro pasado, pero no solamente por mis ancestros. Esas imágenes hicieron que retomará con fuerza la realización de mi árbol genealógico, pero también mi interés por lo que es toda la historia de nuestra, villa milenaria.

sábado, 13 de enero de 2018

LA ESCUELA QUE HUBO QUE INVENTAR (1955-1975)

Artículo de Miguel Sama para la revista del Bollo:

Hace más o menos medio siglo, en Avilés no se hablaba de burbuja inmobiliaria ni de baja demográfica. En aquellos años, finales de los 50 hasta ya entrados los 70, los problemas más acuciantes para los nuevos avilesinos eran el buscar una casa, un hórreo, un bajo, o fabricarse algún tipo de cobijo donde acoger a su casi siempre amplia familia. El otro problema era el encontrar una plaza escolar para los hijos en edad de ir a la escuela. No sé cual de los dos problemas era prioritario, pero aquella sociedad emergente quería que sus hijos tuviesen una educación superior a la recibida por sus progenitores, ya que la veían como la mejor puerta de cara a su progreso y bienestar en aquella situación que pedía no sólo peones, también necesitaba trabajadores más cualificados. No es que Avilés tuviese hasta entonces una escasa red escolar, pero al surgir la nueva situación poblacional resultó a todas luces incapaz para acoger a aquellos miles de avilesinos entre seis y catorce años. Avilés tenía en su casco histórico dos grupos escolares públicos, el Primer y Segundo distrito. Uno en donde hoy se asienta la Casa de Cultura y el otro en las denominadas escuelas de El Campo, hoy Colegio Público Sabugo. Había un grupo en el poblado Virgen de Las Mareas, las escuelas del Patronato de Cristalería, una escuela y una pequeña graduada en San Cristóbal, dos graduadas en Miranda, escuelas unitarias en Piqueros, el Alto del Vidriero, Llaranes, Campo de la Iglesia, Llantao y Tabiella en Valliniello en cuanto a oferta pública en Primaria, a la que había que sumar la Preparatoria del Carreño Miranda. La oferta privada tenía colegios en La Magdalena (San Fernando), Santo Ángel (palacio de Maqua), Hijas de la Caridad (Miranda) Academia Carter, Academia San José, además de los parroquiales en San Nicolás, Santo Tomás y La Magdalena. Existían también algunos colegios privados atendidos en algunos casos por maestros titulados y otros sin título, alguno de ellos muy famoso por sus métodos didácticos, aunque no mucho más riguroso que en las otras aulas de aquellos momentos. Haya que señalar el aporte a la misión alfabetizadora de la Escuela de Artes y Oficios, lugar donde algunos titulados universitarios actuales empezaron su Bachiller allá por los años cincuenta. También hubo aulas de alfabetización de adultos en las cercanías de donde se ubicará el Niemeyer y otros lugares.
 Con la llegada de la industria se crearon dos nuevos grupos escolares en el poblado de Llaranes, atendidos por Hermanas de La Caridad y Salesianos de acuerdo con la separación total de sexos en aquellos momentos. Lujosos y luminosos, eran una muestra propagandística del momento, pero insuficientes a todas luces y mal dotados aunque parezca mentira, ya que las bibliotecas hubo que llenarlas con el tiempo. Ni siquiera pudieron resolver el problema de plazas a los poblados de Llaranes, Trasona, la Marzaniella y Garajes. Hubo que recurrir a los "tubos" edificaciones muy a la manera de barracón militar americano, caluroso y frío, pero amplio y luminoso. Se construyeron en un lateral del campo de fútbol de Llaranes y otro grupo en La Curtidora, donde convivían escuelas públicas y parroquiales. Yo lamento que la voracidad urbanística no haya dejado ni siquiera uno en pie corno representante de aquella arquitectura imaginativa y autárquica. Vino luego una época de construcción de grupos escolares dotados con viviendas para maestros en Villalegre y el poblado Francisco Franco (el famoso y querido Tocarate de nuestra juventud) que aun están en uso, un grupo en La Carriona (la escuela más bonita que he conocido por situación y por la luz de sus clases, que la piqueta acabó con ella para hacer viviendas sociales), Virgen de Las Mareas (actual CEP) y se comenzó a habilitar algunos bajos por la zona de Buenavista y otros barrios para acoger la cada vez mayor demanda, ya que cada poblado que se inauguraba se llenaba y precisaba de nuevas aulas y maestros. Viene luego la siguiente tanda de construcciones con los dos grupos escolares y casas de maestros de La Luz y uno entre La Carriona y Miranda (La Pedrisca) con lo que se resolvió una situación muy problemática en esos dos barrios. La última fase de construcciones ya incluye la mayor parte de los colegios actuales. Palacio Valdés (una vez construidos los Institutos Menéndez Pidal y el nuevo Carreño Miranda), Versalles, Valliniello, Enrique Alonso, Marcelo Gago, Quirinal y nuevo Virgen de las Mareas. En esos años sesenta y setenta, la oferta privada construyó también nuevos colegios, San Fernando, Agustinos (actual San Fernando), Paula Frassinetti, Santo Ángel (más tarde Salesianos) y Estudio (ya cerrado), además de varias academias hoy ya cerradas. Toda esta situación de autarquía y escasez generó miles de situaciones anecdóticas de las que paso a relatar algunas. En el curso 1967-68 me destinaron como maestro para el actual Colegio Público Sabugo, una graduada de seis aulas donde se albergaban en tres grados niños de seis a catorce años si bien muchos de ellos pasaban para el Instituto Carreño Miranda a los diez años, edad a la que se comenzaba el Bachiller de seis años, dos revalidas y un Preuniversitario. Llegué a aquella escuela para sustituir a un maestro que se acababa de jubilar, Dos José Turiel. Tenía como compañeros a dos ilustres pedagogos de los que aprendí muchas cosas profesionales y alguna menos, como fue la de liar pitos de "caldo", cuarterón o Flor de Cuba, según viniesen los tiempos. Mis compañeros y maestros eran Don José Santeiro y Don Ignacio Fernández del Viso Puente, ya fallecidos. Las compañeras del otro lado de la verja, que separaba aulas y patio, eran las dos Doña Carmen (siento no recordar sus apellidos) y Doña Elena. Pues bien. Don José, que era el director de escuela de niños, me dijo un día a principios de setiembre que él y don Ignacio tenían que ir a una reunión con la inspectora, y que yo me tenía que encargar de apuntar a los nuevos alumnos que podrían venir en busca de plaza. Se marcharon y no me dieron más instrucciones. Vino una señora hacia las diez, matriculé a su hijo y me preguntó si había más plazas. Le respondí "Creo que sí". Hacia las once más o menos empiezan a llegar madres, padres y abuelos a matricular niños y más niños. Los apunté a todos. A eso de la una media aparecen Don José y Don Ignacio y me preguntaron si me había aburrido. "Que va, no paré" Cuando le enseñé la lista casi les adelanto la muerte. Tenía ochenta nombres o más a sumar a la matrícula habitual del colegio. La causa de tal desaguisado era que la primera señora, ante mi contestación se fue para La Carriona y avisó que en la escuela de El Campo había plazas. Y empezaron a bajar y a bajar en Autos Hernández en busca de ellas. Mis compañeros no me dejaron ninguna vez más solo. En aquella escuela de Sabugo, que tenía un palomar en su piso alto, además de maestro, como era el más joven, tenía a mi cargo la calefacción de carbón. Aquí me la jugó mi inexperiencia como emulador de Botero, tenía diecinueve años, y casi me hace armar una más gorda que la de la matriculación. Mis compañeras siempre se quejaban de que la calefacción no calentaba suficientemente los radiadores y que pasaban frío. No se me ocurrió otra idea que meter un neumático de una Guzzi que había en el sótano, en la caldera. Al rato comenzó a aullar la chime-nea y a dar estallidos los tubos de uralita que la formaban. Entre los tres maestros tuvimos que hacer de improvisados bomberos para atenuar el exceso de combustión. Al salir de clase Doña Carmen la directora, ajena a la situación, me dijo. "Miguel, hoy la calefacción daba gusto con ella" Don Ignacio y Don José tosieron y miraron para mí con un cariño muy compasivo que les agradecí siempre. El lunes siguiente comenzó un empleado del Ayuntamiento y bombero a encargarse de encender y tizar la caldera. No hay bien que por mal no venga, aunque cada vez que paso por delante del bello edificio me acuerdo de aquel invierno del 67. Tan grandes eran las necesidades de plaza, que en La Carriona, además de la escuela construyeron un barracón, demolido precipitadamente una vez que inauguró el edificio de La Pedrisca. Se llenó el colegio nuevo incluidas las duchas y almacenes habilitadas como aulas, el de La Carriona Vieja, las cinco aulas de Miranda y al final hubo que ir a dar clase también en dos aulas de la llamada Casa del Cura, al lado del cementerio (esa casa apuntalada actualmente en espera de que la arreglen o la derriben antes de que caiga encima de alguien). Allí hubo ochenta niños en dos clases en el curso 1971-72. Total de matrícula aquel curso, 1.348 alumnos. Hoy sobra el tres en términos relativos y absolutos. El curso anterior, los maestros de La Luz "daban clase" en los bajos a 95 alumnos por aula. Parece mentira pero así fue y logramos salir adelante.

1 comentario:

  1. Enhorabuena por el blog y por este artículo, el cual nos sirve de mucho y nos da una referencia sobre esta época (finales de los años sesenta - en nuestro colegio - C.P. Sabugo -).

    Mi nombre es Javier Miranda y soy el secretario actual del centro. En este curso escolar (2018-2019) estamos celebrando el centenario del colegio y son muchas las entrevistas con antiguo alumnado que ya hemos realizado, con el fin de elaborar una pequeña historia del colegio desde su fundación hasta el día de hoy. Como no somos historiadores, evidentemente, no podemos reunir toda la información que nos gustaría, pero aún de esta forma hemos hablado con varias personas y disponemos tanto de testimonios orales como de documentos - en su mayoría fotografías -.

    Nos gustaría contar con su testimonio sobre la época en la que usted fue docente del centro y que nos pueda hablar o aportar más información a respecto.

    Le rogaría se pusiese en contacto con nosotros, bien por teléfono (985 521 062) o e-mail (sabugo@educastur.org) puesto que su relato sería muy importante. No tendríamos, por otra parte, problema en contactarle nosotros mismos si nos facilita una dirección de e-mail o teléfono.

    Agradeciendo de antemano su colaboración, reciba un cordial saludo.

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