Artículo de Miguel Sama para la revista del Bollo:
Hace más o menos medio siglo, en
Avilés no se hablaba de burbuja inmobiliaria ni de baja demográfica. En
aquellos años, finales de los 50 hasta ya entrados los 70, los problemas más
acuciantes para los nuevos avilesinos eran el buscar una casa, un hórreo, un
bajo, o fabricarse algún tipo de cobijo donde acoger a su casi siempre amplia
familia. El otro problema era el encontrar una plaza escolar para los hijos en
edad de ir a la escuela. No sé cual de los dos problemas era prioritario, pero
aquella sociedad emergente quería que sus hijos tuviesen una educación superior
a la recibida por sus progenitores, ya que la veían como la mejor puerta de
cara a su progreso y bienestar en aquella situación que pedía no sólo peones,
también necesitaba trabajadores más cualificados. No es que Avilés tuviese
hasta entonces una escasa red escolar, pero al surgir la nueva situación
poblacional resultó a todas luces incapaz para acoger a aquellos miles de
avilesinos entre seis y catorce años. Avilés tenía en su casco histórico dos
grupos escolares públicos, el Primer y Segundo distrito. Uno en donde hoy se
asienta la Casa de Cultura y el otro en las denominadas escuelas de El Campo,
hoy Colegio Público Sabugo. Había un grupo en el poblado Virgen de Las Mareas,
las escuelas del Patronato de Cristalería, una escuela y una pequeña graduada
en San Cristóbal, dos graduadas en Miranda, escuelas unitarias en Piqueros, el
Alto del Vidriero, Llaranes, Campo de la Iglesia, Llantao y Tabiella en
Valliniello en cuanto a oferta pública en Primaria, a la que había que sumar la
Preparatoria del Carreño Miranda. La oferta privada tenía colegios en La
Magdalena (San Fernando), Santo Ángel (palacio de Maqua), Hijas de la Caridad
(Miranda) Academia Carter, Academia San José, además de los parroquiales en San
Nicolás, Santo Tomás y La Magdalena. Existían también algunos colegios privados
atendidos en algunos casos por maestros titulados y otros sin título, alguno de
ellos muy famoso por sus métodos didácticos, aunque no mucho más riguroso que en
las otras aulas de aquellos momentos. Haya que señalar el aporte a la misión
alfabetizadora de la Escuela de Artes y Oficios, lugar donde algunos titulados
universitarios actuales empezaron su Bachiller allá por los años cincuenta.
También hubo aulas de alfabetización de adultos en las cercanías de donde se
ubicará el Niemeyer y otros lugares.
Con la llegada de la industria se crearon dos
nuevos grupos escolares en el poblado de Llaranes, atendidos por Hermanas de La
Caridad y Salesianos de acuerdo con la separación total de sexos en aquellos
momentos. Lujosos y luminosos, eran una muestra propagandística del momento,
pero insuficientes a todas luces y mal dotados aunque parezca mentira, ya que
las bibliotecas hubo que llenarlas con el tiempo. Ni siquiera pudieron resolver
el problema de plazas a los poblados de Llaranes, Trasona, la Marzaniella y
Garajes. Hubo que recurrir a los "tubos" edificaciones muy a la
manera de barracón militar americano, caluroso y frío, pero amplio y luminoso.
Se construyeron en un lateral del campo de fútbol de Llaranes y otro grupo en
La Curtidora, donde convivían escuelas públicas y parroquiales. Yo lamento que
la voracidad urbanística no haya dejado ni siquiera uno en pie corno
representante de aquella arquitectura imaginativa y autárquica. Vino luego una
época de construcción de grupos escolares dotados con viviendas para maestros
en Villalegre y el poblado Francisco Franco (el famoso y querido Tocarate de
nuestra juventud) que aun están en uso, un grupo en La Carriona (la escuela más
bonita que he conocido por situación y por la luz de sus clases, que la piqueta
acabó con ella para hacer viviendas sociales), Virgen de Las Mareas (actual
CEP) y se comenzó a habilitar algunos bajos por la zona de Buenavista y otros
barrios para acoger la cada vez mayor demanda, ya que cada poblado que se
inauguraba se llenaba y precisaba de nuevas aulas y maestros. Viene luego la
siguiente tanda de construcciones con los dos grupos escolares y casas de
maestros de La Luz y uno entre La Carriona y Miranda (La Pedrisca) con lo que
se resolvió una situación muy problemática en esos dos barrios. La última fase
de construcciones ya incluye la mayor parte de los colegios actuales. Palacio
Valdés (una vez construidos los Institutos Menéndez Pidal y el nuevo Carreño
Miranda), Versalles, Valliniello, Enrique Alonso, Marcelo Gago, Quirinal y nuevo
Virgen de las Mareas. En esos años sesenta y setenta, la oferta privada
construyó también nuevos colegios, San Fernando, Agustinos (actual San
Fernando), Paula Frassinetti, Santo Ángel (más tarde Salesianos) y Estudio (ya
cerrado), además de varias academias hoy ya cerradas. Toda esta situación de
autarquía y escasez generó miles de situaciones anecdóticas de las que paso a
relatar algunas. En el curso 1967-68 me destinaron como maestro para el actual
Colegio Público Sabugo, una graduada de seis aulas donde se albergaban en tres
grados niños de seis a catorce años si bien muchos de ellos pasaban para el
Instituto Carreño Miranda a los diez años, edad a la que se comenzaba el
Bachiller de seis años, dos revalidas y un Preuniversitario. Llegué a aquella
escuela para sustituir a un maestro que se acababa de jubilar, Dos José Turiel.
Tenía como compañeros a dos ilustres pedagogos de los que aprendí muchas cosas
profesionales y alguna menos, como fue la de liar pitos de "caldo",
cuarterón o Flor de Cuba, según viniesen los tiempos. Mis compañeros y maestros
eran Don José Santeiro y Don Ignacio Fernández del Viso Puente, ya fallecidos.
Las compañeras del otro lado de la verja, que separaba aulas y patio, eran las
dos Doña Carmen (siento no recordar sus apellidos) y Doña Elena. Pues bien. Don
José, que era el director de escuela de niños, me dijo un día a principios de
setiembre que él y don Ignacio tenían que ir a una reunión con la inspectora, y
que yo me tenía que encargar de apuntar a los nuevos alumnos que podrían venir
en busca de plaza. Se marcharon y no me dieron más instrucciones. Vino una
señora hacia las diez, matriculé a su hijo y me preguntó si había más plazas.
Le respondí "Creo que sí". Hacia las once más o menos empiezan a
llegar madres, padres y abuelos a matricular niños y más niños. Los apunté a
todos. A eso de la una media aparecen Don José y Don Ignacio y me preguntaron
si me había aburrido. "Que va, no paré" Cuando le enseñé la lista
casi les adelanto la muerte. Tenía ochenta nombres o más a sumar a la matrícula
habitual del colegio. La causa de tal desaguisado era que la primera señora,
ante mi contestación se fue para La Carriona y avisó que en la escuela de El
Campo había plazas. Y empezaron a bajar y a bajar en Autos Hernández en busca
de ellas. Mis compañeros no me dejaron ninguna vez más solo. En aquella escuela
de Sabugo, que tenía un palomar en su piso alto, además de maestro, como era el
más joven, tenía a mi cargo la calefacción de carbón. Aquí me la jugó mi
inexperiencia como emulador de Botero, tenía diecinueve años, y casi me hace
armar una más gorda que la de la matriculación. Mis compañeras siempre se
quejaban de que la calefacción no calentaba suficientemente los radiadores y
que pasaban frío. No se me ocurrió otra idea que meter un neumático de una
Guzzi que había en el sótano, en la caldera. Al rato comenzó a aullar la
chime-nea y a dar estallidos los tubos de uralita que la formaban. Entre los
tres maestros tuvimos que hacer de improvisados bomberos para atenuar el exceso
de combustión. Al salir de clase Doña Carmen la directora, ajena a la
situación, me dijo. "Miguel, hoy la calefacción daba gusto con ella"
Don Ignacio y Don José tosieron y miraron para mí con un cariño muy compasivo
que les agradecí siempre. El lunes siguiente comenzó un empleado del
Ayuntamiento y bombero a encargarse de encender y tizar la caldera. No hay bien
que por mal no venga, aunque cada vez que paso por delante del bello edificio
me acuerdo de aquel invierno del 67. Tan grandes eran las necesidades de plaza,
que en La Carriona, además de la escuela construyeron un barracón, demolido
precipitadamente una vez que inauguró el edificio de La Pedrisca. Se llenó el
colegio nuevo incluidas las duchas y almacenes habilitadas como aulas, el de La
Carriona Vieja, las cinco aulas de Miranda y al final hubo que ir a dar clase
también en dos aulas de la llamada Casa del Cura, al lado del cementerio (esa
casa apuntalada actualmente en espera de que la arreglen o la derriben antes de
que caiga encima de alguien). Allí hubo ochenta niños en dos clases en el curso
1971-72. Total de matrícula aquel curso, 1.348 alumnos. Hoy sobra el tres en
términos relativos y absolutos. El curso anterior, los maestros de La Luz
"daban clase" en los bajos a 95 alumnos por aula. Parece mentira pero
así fue y logramos salir adelante.
Enhorabuena por el blog y por este artículo, el cual nos sirve de mucho y nos da una referencia sobre esta época (finales de los años sesenta - en nuestro colegio - C.P. Sabugo -).
ResponderEliminarMi nombre es Javier Miranda y soy el secretario actual del centro. En este curso escolar (2018-2019) estamos celebrando el centenario del colegio y son muchas las entrevistas con antiguo alumnado que ya hemos realizado, con el fin de elaborar una pequeña historia del colegio desde su fundación hasta el día de hoy. Como no somos historiadores, evidentemente, no podemos reunir toda la información que nos gustaría, pero aún de esta forma hemos hablado con varias personas y disponemos tanto de testimonios orales como de documentos - en su mayoría fotografías -.
Nos gustaría contar con su testimonio sobre la época en la que usted fue docente del centro y que nos pueda hablar o aportar más información a respecto.
Le rogaría se pusiese en contacto con nosotros, bien por teléfono (985 521 062) o e-mail (sabugo@educastur.org) puesto que su relato sería muy importante. No tendríamos, por otra parte, problema en contactarle nosotros mismos si nos facilita una dirección de e-mail o teléfono.
Agradeciendo de antemano su colaboración, reciba un cordial saludo.