Publicado por Francisco Crabiffosse Cuesta en la Revista del Bollo:
El Avilés que despierta al ansia
industrializador de mediados del siglo XIX no tiene, como a menudo se afirma,
su primer jalón en la fábrica de vidrios, creada en 1844. Esa modernidad de la
que la villa se hizo receptora y dinámica propulsora contaba para entonces con
un interesante antecedente, que si bien no desarrolló una actividad tan intensa
ni con tanta incidencia en todos los órdenes de la vida local como la vidriera,
si tendría una importante repercusión por ser la primera manufactura que se
estableció, abriendo las puertas a la implantación del sector textil en
Asturias, expectativa que pronto se vería frustrada por el temprano
fallecimiento de su promotor. Instalada en 1843 por el francés Louis Laurens,
con la ayuda de su esposa María Alonso, en el desamortizado Convento de la
Merced, por cuyo alquiler pagaba una renta de 40 reales, la nueva fábrica
disponía de treinta y cinco telares, entre ellos diez máquinas
"Jacquart". Cada uno de ellos podía tener desde dos hasta dieciséis
primideras, dependiendo de la clase de tela que se elaborase.
Además de dicha maquinaria, en el
establecimiento también había secciones de blanqueo y aderezo. La técnica
empleada era la del sistema de lanzadera volante, que suponía un importante
ahorro de mano de obra, dado que cada telar podía ser atendido por un solo
trabajador; de ahí que la fábrica sólo tuviese cuarenta obreros especializados,
más algunos auxiliares para tareas complementarias. La dirección del personal
corría a cargo de María Alonso, de quien se destacaba el beneficio que aportaba
a su patria al poner en práctica "los conocimientos que adquirió en su
larga residencia en una ciudad de las más manufactureras de Francia". Ese
conocimiento, con seguridad adquirido como operaria de alguna empresa del ramo,
lo aplicó en Avilés imponiendo las duras condiciones de trabajo a las que
entonces se hallaba sometido el proletariado europeo, precisamente en una actividad
que recurría la explotación infantil y que experimentó las primeras manifestaciones
de protesta organizada.
Buena prueba de esa estricta asimilación de
las prácticas laborales existentes en su versión más cruel es la descripción
que el propio Laurens hacía de la jornada de sus empleados: Los operarios están
sujetos a una disciplina muy severa: entran en la estación de invierno a las
seis por la mañana, trayendo cada uno su almuerzo [el desayuno], para el que se
les da un cuarto de hora; salen una hora para comer (de la una a las dos), y
vuelven a trabajar hasta las diez, y alguna que otra vez hasta las once cuando
hay necesidad. En definitiva, el horario se alargaba diariamente, si no había
alguna circunstancia que provocase su prolongación, durante catorce horas y
cuarenta y cinco minutos, y esto a tenor de un jornal que, según la
especialización en las labores, iba desde el medio real para los aprendices hasta
los dos reales y medio para los oficiales. No es extraño, por ello, que el
mismo empresario emplease entre los argumentos en favor de la viabilidad de su
establecimiento el que frente a Cataluña, la región desde la que podía haber
más competencia, Asturias tenía una población numerosa y laboriosa cual
ninguna, aventajando a Cataluña en que sus naturales son mucho más pacíficos que
los catalanes [...] que en Asturias la clase jornalera se mantiene con las
producciones del país, así es que los salarios son muchísimo más baratos en
Asturias que en Cataluña. En ese mismo contexto, contemplaba para su futura
sociedad la contratación de cincuenta muchachos de ocho a doce años, a razón de
un jornal "de un real a lo sumo". Ese primer proletariado industrial
avilesino que padecía los rigores de la organización del trabajo en la fábrica
producía una amplia gama de tejidos de hilo puro sin mezcla alguna como driles
de todas clases para pantalones, batistas, medias holandas y holandas, y
mantelerías adamascadas y alemanisca, género este último en el que se
elaboraban piezas de hasta cuatro varas de ancho. El mercado se reducía
prácticamente al regional, aunque también se exportaba a Madrid y La Habana. La
buena marcha de esta manufactura de tejidos de hilo y el carácter sin duda
emprendedor del matrimonio Laurens, los llevó a pensar en la creación de una
empresa de mayor envergadura que, junto a la producción de lino, acogiese
también la de algodón, que pasaría a ser el objeto principal del
establecimiento, para lo que en 1844 impulsaron la constitución de la Sociedad
Asturiana Linera y Algodonera. Las razones esgrimidas para crear la nueva
firma eran, además de la experiencia industrial acumulada por sus promotores en
el corto periodo que llevaban dedicados a la fabricación de tejidos de lino en
Avilés, las siguientes:
-
su localización estratégica en una villa portuaria que
facilitaba, con la mayor economía, tanto la importación de materias primas como
la exportación de productos hacia los mercados interiores y exteriores.
-
la legislación
proteccionista existente para el ramo textil, que suponía una rebaja del
dieciocho al veinte por ciento sobre los tejidos nacionales frente a los
procedentes de Francia, Bélgica y Holanda.
-
la improbable competencia del contrabando, que se
ejemplarizaba en el caso de Cataluña, donde, pese a su fuerte incidencia,
continuaría el crecimiento del sector con la instalación de nuevas fábricas.
Ese
protagonismo catalán no constituía ningún peligro para la incipiente industria
asturiana, cuyos costes de esta se abaratarían por la presencia de carbón mineral
en el mismo Avilés -"villa situada al pié de las minas", en
referencia a las de Ferroñes y Santofirme, sitas en el vecino concejo de
Llanera-, a un cincuenta por ciento del precio fijado en aquella región. A ello
se añadía la abundancia de agua para el proceso fabril.
Por último, se señalaban los bajos costes
salariales, que se explicaban por la inexistencia de una competencia local, la
baratura de los comestibles, dado el modelo de obrero industrial-campesino
imperante, y el contar la villa y parroquias cercanas con "una población
numerosa y dada al trabajo", por lo que la oferta de mano de obra siempre
superaría la demanda.
Este último argumento se veía reforzado con la
existencia de un plantel de operarios suficientemente formados para las labores
textiles en la propia fábrica, haciendo Laurens una exposición meridiana de
cómo se lograba tener siempre trabajadores disponibles: todo operario que sale
de la fábrica no vuelve a ser admitido; otro le reemplaza, y de este modo se
consigue un mayor número de educaciones fabriles, que podrán utilizarse en el
establecimiento proyectado. Ya suben a más de cien las educaciones que así se
han hecho de operarios que pueden presentarse a competir con los de los países
más adelantados en fabricación, después de haber hecho los ricos productos que
salen de la fábrica.
El proyecto de Sociedad Asturiana Linera y
Algodonera se formalizó con la creación de una sociedad anónima con un capital
de cuatro mil duros, representado por cuatrocientas acciones de diez duros cada
una, siendo estipulado un plazo de duración de treinta años. Su objeto era el
de continuar con la explotación de la fábrica de tejidos de hilo de Avilés, así
como el de establecer en la misma villa una manufactura de algodones destinada
a producir hilados, percal, muselinas y otros tejidos. En la nueva industria,
Louis Laurens asumía el cargo de director gerente, cediendo su empresa de hilos
a la nueva sociedad, a cambio de lo cual recibía una renta vitalicia que en
caso de fallecimiento pasaría a su esposa.
El personal
previsto da idea de lo ambicioso del proyecto. En total se preveían un total de
quinientos sesenta y dos puestos de trabajo, distribuidos de la siguiente manera:
cien en la sección de hilatura y cordería; trescientos treinta en la de tejido
y parado; otros cien en el batán y en la de tintes; cuatro en los laboratorios
y, por último, veintiocho en la de aderezos. En ese conjunto estaban incluidos
cincuenta "muchachos de ocho a doce años" para servicio de los
tinteros, "con un jornal de un real a lo sumo", y setenta estampadores
que, dada la especialización que requería su labor, cobrarían seis reales. La
mano de obra sería mayoritariamente femenina y el protagonismo de la mujer se
extendería también a la dirección, gracias a la emprendedora personalidad de
María Alonso, parangonable a su esposo en conocimientos y capacidad de gestión.
Los frecuentes viajes de Laurens a Francia, y
a otros puntos de España, "donde estaba llamado a montar otras
fábricas", hicieron que se fijase estatutariamente su obligación de
residir un mínimo de seis meses al año en Avilés y el que durante su ausencia
su mujer se pusiera al frente del establecimiento.
En la primavera de 1844 el proyecto ya se
había difundido, suscitando el interés de los medios oficiales y financieros de
la región. Así, José Caveda y Nava era el encargado de gestionar la suscripción
de acciones en Villaviciosa, en tanto que en Madrid, donde los Laurens tenían
un depósito de sus productos en la calle Santiago, se ocupaba de esa labor el
capitalista asturiano residente en la Corte Fernando Fernández Casariego.
Ejemplo de la decidida actitud de apoyo a la nueva iniciativa es el acuerdo
adoptado por la Diputación Provincial de invertir ciento veinte reales en la
sociedad con el ánimo de "estimular el laudable celo" del matrimonio
en contribuir al desarrollo del país.
La presentación de los industriales ante la
institución había sido realizada por Antonio de Llano-Ponte, diputado por el
distrito avilesino, que mostró a sus compañeros los productos salidos de la
fábrica para obtener su respaldo. Pero la suerte no acompañó a la empresa.
Louis Laurens falleció a finales de aquel año, probablemente en su país natal,
y el proyecto quedó en suspenso, sin haber conseguido la financiación prevista
en un principio. No obstante, María Alonso, cuyo perfil de mujer decidida se
verá reforzado a partir de su viudedad, siendo definida contemporáneamente como
una empresaria de amplios conocimientos prácticos a los que unía "un
carácter resuelto", siguió al frente de la fábrica de tejidos de hilo. De
sus producciones presentará un amplio muestrario en la Exposición Pública de la
Industria Española, celebrada en Madrid en 1845, por el que le fue concedida
una medalla de plata. Para entonces aún tenía la intención de instalar el nuevo
establecimiento fabril, anunciando su próximo viaje a Inglaterra "a fin de
estudiar los métodos de fabricación", pero tampoco la fortuna la
acompañaría. Para 1850 no sólo no habían comenzado las obras, sino que aquel
primer eslabón de la industrialización avilesina no pudo ser consolidado,
poniendo fin con su cierre a una iniciativa pionera en nuestra región.
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