ENTAMU

El último año del siglo XIX, vio la llegada de mi abuela a la vida, en el humilde y pescador barrio de Sabugo; vio la llegada de mi abuelo, que con su familia mirandina, desembarcó en el puerto de Santander, trasladándose a la Calle Nueva de Avilés. Llegaron a bordo del barco Alfonso XIII, procedentes de Santa Clara (Cuba), él apenas tenía tres años, sus padres no habían ido a hacer la Habana, habían ido de criados de unos señores de Galiana, y regresaron con cuatro reales, con los que abrieron el bar Casa la Rubia.

Cuento todo esto, porque mi abuela, es una de las mayores responsables de mi interés por la historia de nuestra villa; Sus historias sobre cosas acontecidas en la villa, como el hambre que pasaba en los principios del siglo XX, el vampiro de la Magdalena, el bar que poseía mi bisabuela, la fabrica de baldosas de mi abuelo, etc., me hicieron empezar a investigar sobre nuestro pasado. No es que mi abuela fuera una gran contadora de historias, pero recuerdo que a mediados de los años 80, cuando la televisión programaba la serie Raíces, esa serie hizo que empezará a interesarme por mis antepasados, ¿quiénes eran? ¿cómo vivían? ¿de donde procedían?, ahí empezaron las preguntas a mi abuela, de sus respuestas salieron nombres como Gertrudis, Benita, el Sargento “Pates”, Pepe “El Cristo”, etc. Veinte años más tarde, me regalaron un libro: “Avilés Memoria Gráfica”, cientos de fotografías del Avilés de primeros del siglo veinte. En ese momento renació mi interés por nuestro pasado, pero no solamente por mis ancestros. Esas imágenes hicieron que retomará con fuerza la realización de mi árbol genealógico, pero también mi interés por lo que es toda la historia de nuestra, villa milenaria.

miércoles, 7 de febrero de 2018

LA FÁBRICA DE TEJIDOS DE LOUIS LAURENS Y MARÍA ALONSO

Publicado por Francisco Crabiffosse Cuesta en la Revista del Bollo:



El Avilés que despierta al ansia industrializador de mediados del siglo XIX no tiene, como a menudo se afirma, su primer jalón en la fábrica de vidrios, creada en 1844. Esa modernidad de la que la villa se hizo receptora y dinámica propulsora contaba para entonces con un interesante antecedente, que si bien no desarrolló una actividad tan intensa ni con tanta incidencia en todos los órdenes de la vida local como la vidriera, si tendría una importante repercusión por ser la primera manufactura que se estableció, abriendo las puertas a la implantación del sector textil en Asturias, expectativa que pronto se vería frustrada por el temprano fallecimiento de su promotor. Instalada en 1843 por el francés Louis Laurens, con la ayuda de su esposa María Alonso, en el desamortizado Convento de la Merced, por cuyo alquiler pagaba una renta de 40 reales, la nueva fábrica disponía de treinta y cinco telares, entre ellos diez máquinas "Jacquart". Cada uno de ellos podía tener desde dos hasta dieciséis primideras, dependiendo de la clase de tela que se elaborase.

 Además de dicha maquinaria, en el establecimiento también había secciones de blanqueo y aderezo. La técnica empleada era la del sistema de lanzadera volante, que suponía un importante ahorro de mano de obra, dado que cada telar podía ser atendido por un solo trabajador; de ahí que la fábrica sólo tuviese cuarenta obreros especializados, más algunos auxiliares para tareas complementarias. La dirección del personal corría a cargo de María Alonso, de quien se destacaba el beneficio que aportaba a su patria al poner en práctica "los conocimientos que adquirió en su larga residencia en una ciudad de las más manufactureras de Francia". Ese conocimiento, con seguridad adquirido como operaria de alguna empresa del ramo, lo aplicó en Avilés imponiendo las duras condiciones de trabajo a las que entonces se hallaba sometido el proletariado europeo, precisamente en una actividad que recurría la explotación infantil y que experimentó las primeras manifestaciones de protesta organizada.

 Buena prueba de esa estricta asimilación de las prácticas laborales existentes en su versión más cruel es la descripción que el propio Laurens hacía de la jornada de sus empleados: Los operarios están sujetos a una disciplina muy severa: entran en la estación de invierno a las seis por la mañana, trayendo cada uno su almuerzo [el desayuno], para el que se les da un cuarto de hora; salen una hora para comer (de la una a las dos), y vuelven a trabajar hasta las diez, y alguna que otra vez hasta las once cuando hay necesidad. En definitiva, el horario se alargaba diariamente, si no había alguna circunstancia que provocase su prolongación, durante catorce horas y cuarenta y cinco minutos, y esto a tenor de un jornal que, según la especialización en las labores, iba desde el medio real para los aprendices hasta los dos reales y medio para los oficiales. No es extraño, por ello, que el mismo empresario emplease entre los argumentos en favor de la viabilidad de su establecimiento el que frente a Cataluña, la región desde la que podía haber más competencia, Asturias tenía una población numerosa y laboriosa cual ninguna, aventajando a Cataluña en que sus naturales son mucho más pacíficos que los catalanes [...] que en Asturias la clase jornalera se mantiene con las producciones del país, así es que los salarios son muchísimo más baratos en Asturias que en Cataluña. En ese mismo contexto, contemplaba para su futura sociedad la contratación de cincuenta muchachos de ocho a doce años, a razón de un jornal "de un real a lo sumo". Ese primer proletariado industrial avilesino que padecía los rigores de la organización del trabajo en la fábrica producía una amplia gama de tejidos de hilo puro sin mezcla alguna como driles de todas clases para pantalones, batistas, medias holandas y holandas, y mantelerías adamascadas y alemanisca, género este último en el que se elaboraban piezas de hasta cuatro varas de ancho. El mercado se reducía prácticamente al regional, aunque también se exportaba a Madrid y La Habana. La buena marcha de esta manufactura de tejidos de hilo y el carácter sin duda emprendedor del matrimonio Laurens, los llevó a pensar en la creación de una empresa de mayor envergadura que, junto a la producción de lino, acogiese también la de algodón, que pasaría a ser el objeto principal del establecimiento, para lo que en 1844 impulsaron la constitución de la Sociedad Asturiana Linera y Algodonera.     Las razones esgrimidas para crear la nueva firma eran, además de la experiencia industrial acumulada por sus promotores en el corto periodo que llevaban dedicados a la fabricación de tejidos de lino en Avilés, las siguientes:

-          su localización estratégica en una villa portuaria que facilitaba, con la mayor economía, tanto la importación de materias primas como la exportación de productos hacia los mercados interiores y exteriores.

-           la legislación proteccionista existente para el ramo textil, que suponía una rebaja del dieciocho al veinte por ciento sobre los tejidos nacionales frente a los procedentes de Francia, Bélgica y Holanda.

-          la improbable competencia del contrabando, que se ejemplarizaba en el caso de Cataluña, donde, pese a su fuerte incidencia, continuaría el crecimiento del sector con la instalación de nuevas fábricas.

Ese protagonismo catalán no constituía ningún peligro para la incipiente industria asturiana, cuyos costes de esta se abaratarían por la presencia de carbón mineral en el mismo Avilés -"villa situada al pié de las minas", en referencia a las de Ferroñes y Santofirme, sitas en el vecino concejo de Llanera-, a un cincuenta por ciento del precio fijado en aquella región. A ello se añadía la abundancia de agua para el proceso fabril.

 Por último, se señalaban los bajos costes salariales, que se explicaban por la inexistencia de una competencia local, la baratura de los comestibles, dado el modelo de obrero industrial-campesino imperante, y el contar la villa y parroquias cercanas con "una población numerosa y dada al trabajo", por lo que la oferta de mano de obra siempre superaría la demanda.

 Este último argumento se veía reforzado con la existencia de un plantel de operarios suficientemente formados para las labores textiles en la propia fábrica, haciendo Laurens una exposición meridiana de cómo se lograba tener siempre trabajadores disponibles: todo operario que sale de la fábrica no vuelve a ser admitido; otro le reemplaza, y de este modo se consigue un mayor número de educaciones fabriles, que podrán utilizarse en el establecimiento proyectado. Ya suben a más de cien las educaciones que así se han hecho de operarios que pueden presentarse a competir con los de los países más adelantados en fabricación, después de haber hecho los ricos productos que salen de la fábrica.

 El proyecto de Sociedad Asturiana Linera y Algodonera se formalizó con la creación de una sociedad anónima con un capital de cuatro mil duros, representado por cuatrocientas acciones de diez duros cada una, siendo estipulado un plazo de duración de treinta años. Su objeto era el de continuar con la explotación de la fábrica de tejidos de hilo de Avilés, así como el de establecer en la misma villa una manufactura de algodones destinada a producir hilados, percal, muselinas y otros tejidos. En la nueva industria, Louis Laurens asumía el cargo de director gerente, cediendo su empresa de hilos a la nueva sociedad, a cambio de lo cual recibía una renta vitalicia que en caso de fallecimiento pasaría a su esposa.

El personal previsto da idea de lo ambicioso del proyecto. En total se preveían un total de quinientos sesenta y dos puestos de trabajo, distribuidos de la siguiente manera: cien en la sección de hilatura y cordería; trescientos treinta en la de tejido y parado; otros cien en el batán y en la de tintes; cuatro en los laboratorios y, por último, veintiocho en la de aderezos. En ese conjunto estaban incluidos cincuenta "muchachos de ocho a doce años" para servicio de los tinteros, "con un jornal de un real a lo sumo", y setenta estampadores que, dada la especialización que requería su labor, cobrarían seis reales. La mano de obra sería mayoritariamente femenina y el protagonismo de la mujer se extendería también a la dirección, gracias a la emprendedora personalidad de María Alonso, parangonable a su esposo en conocimientos y capacidad de gestión.

 Los frecuentes viajes de Laurens a Francia, y a otros puntos de España, "donde estaba llamado a montar otras fábricas", hicieron que se fijase estatutariamente su obligación de residir un mínimo de seis meses al año en Avilés y el que durante su ausencia su mujer se pusiera al frente del establecimiento.

 En la primavera de 1844 el proyecto ya se había difundido, suscitando el interés de los medios oficiales y financieros de la región. Así, José Caveda y Nava era el encargado de gestionar la suscripción de acciones en Villaviciosa, en tanto que en Madrid, donde los Laurens tenían un depósito de sus productos en la calle Santiago, se ocupaba de esa labor el capitalista asturiano residente en la Corte Fernando Fernández Casariego. Ejemplo de la decidida actitud de apoyo a la nueva iniciativa es el acuerdo adoptado por la Diputación Provincial de invertir ciento veinte reales en la sociedad con el ánimo de "estimular el laudable celo" del matrimonio en contribuir al desarrollo del país.

 La presentación de los industriales ante la institución había sido realizada por Antonio de Llano-Ponte, diputado por el distrito avilesino, que mostró a sus compañeros los productos salidos de la fábrica para obtener su respaldo. Pero la suerte no acompañó a la empresa. Louis Laurens falleció a finales de aquel año, probablemente en su país natal, y el proyecto quedó en suspenso, sin haber conseguido la financiación prevista en un principio. No obstante, María Alonso, cuyo perfil de mujer decidida se verá reforzado a partir de su viudedad, siendo definida contemporáneamente como una empresaria de amplios conocimientos prácticos a los que unía "un carácter resuelto", siguió al frente de la fábrica de tejidos de hilo. De sus producciones presentará un amplio muestrario en la Exposición Pública de la Industria Española, celebrada en Madrid en 1845, por el que le fue concedida una medalla de plata. Para entonces aún tenía la intención de instalar el nuevo establecimiento fabril, anunciando su próximo viaje a Inglaterra "a fin de estudiar los métodos de fabricación", pero tampoco la fortuna la acompañaría. Para 1850 no sólo no habían comenzado las obras, sino que aquel primer eslabón de la industrialización avilesina no pudo ser consolidado, poniendo fin con su cierre a una iniciativa pionera en nuestra región.


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