ENTAMU

El último año del siglo XIX, vio la llegada de mi abuela a la vida, en el humilde y pescador barrio de Sabugo; vio la llegada de mi abuelo, que con su familia mirandina, desembarcó en el puerto de Santander, trasladándose a la Calle Nueva de Avilés. Llegaron a bordo del barco Alfonso XIII, procedentes de Santa Clara (Cuba), él apenas tenía tres años, sus padres no habían ido a hacer la Habana, habían ido de criados de unos señores de Galiana, y regresaron con cuatro reales, con los que abrieron el bar Casa la Rubia.

Cuento todo esto, porque mi abuela, es una de las mayores responsables de mi interés por la historia de nuestra villa; Sus historias sobre cosas acontecidas en la villa, como el hambre que pasaba en los principios del siglo XX, el vampiro de la Magdalena, el bar que poseía mi bisabuela, la fabrica de baldosas de mi abuelo, etc., me hicieron empezar a investigar sobre nuestro pasado. No es que mi abuela fuera una gran contadora de historias, pero recuerdo que a mediados de los años 80, cuando la televisión programaba la serie Raíces, esa serie hizo que empezará a interesarme por mis antepasados, ¿quiénes eran? ¿cómo vivían? ¿de donde procedían?, ahí empezaron las preguntas a mi abuela, de sus respuestas salieron nombres como Gertrudis, Benita, el Sargento “Pates”, Pepe “El Cristo”, etc. Veinte años más tarde, me regalaron un libro: “Avilés Memoria Gráfica”, cientos de fotografías del Avilés de primeros del siglo veinte. En ese momento renació mi interés por nuestro pasado, pero no solamente por mis ancestros. Esas imágenes hicieron que retomará con fuerza la realización de mi árbol genealógico, pero también mi interés por lo que es toda la historia de nuestra, villa milenaria.

sábado, 17 de febrero de 2018

EL INFIERNO DE AVILES (1955)



En el Mundo Obrero de Noviembre de 1955:

En Venta de Baños se llenó el vagón. Quienes a él subían tenían aspecto de seres agotados. Hirsutos, demacrados, cubriendo sus magras carnes con hilachas, porque no eran prendas de vestir lo que tapaban sus cuerpos, parecían hombres como aquellos que durante muchos años hemos visto cruzar por los caminos y calzadas de España custodiados por la Guardia Civil.

 Más no eran presos, aunque apresados fuesen por el hambre y la miseria, que bajo el franquismo van de par con la Guardia Civil por las carreteras y los pueblos. Eran obreros, obreros “libres” y “amparados” por las “leyes sociales” del régimen.

 Venían de Avilés de las obras de la factoría que el I.N.I. construye. Del “infierno de Avilés” precisó uno de ellos, respondiendo a la muda interrogación que se leía en los ojos de los viajeros, asombrados de ver aquellos semifantasmas vivientes.

 “Del infierno, eso es…” – abundaron sus compañeros. Y puestos a hablar, contó uno de ellos: “A Avilés nos llevaron como esclavos. Fuimos creyendo que así podríamos ayudar a los nuestros y mitigar el hambre nosotros. Pero pronto nos dimos cuenta, que ni a ellos remediaríamos nada, ni nosotros saldríamos con bien de las obras.

 No se puede resistir aquello, aparcados en barracones, como forzados vivientes y tan muertos de hambre como en el pueblo. El trabajo es una larga y constante pelea con la muerte, para colocar los cimientos de la factoría se trabaja dentro de una campana donde van los bloques de piedra. Cuando el oxigeno falla es la muerte segura por aplastamiento. Así han muerto decenas de obreros.

 Calló el hombre y se sumió en sus tristes recuerdos. El tren frenaba a la entrada de una estación. Por la vía de enfrente en dirección al norte, un tren correo jadeaba, en las ventanillas rostros famélicos, cuerpos enjutos. Sólo en los ojos se les advertía el brillo de una chispa de esperanza, la esperanza del jornal prometido, da calmar el hambre, de ayudar a los suyos que allá en el pueblo también esperan.

 Eran nuevos forzados que el “infierno de Avilés” se aprestaba a devorar.

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