ENTAMU

El último año del siglo XIX, vio la llegada de mi abuela a la vida, en el humilde y pescador barrio de Sabugo; vio la llegada de mi abuelo, que con su familia mirandina, desembarcó en el puerto de Santander, trasladándose a la Calle Nueva de Avilés. Llegaron a bordo del barco Alfonso XIII, procedentes de Santa Clara (Cuba), él apenas tenía tres años, sus padres no habían ido a hacer la Habana, habían ido de criados de unos señores de Galiana, y regresaron con cuatro reales, con los que abrieron el bar Casa la Rubia.

Cuento todo esto, porque mi abuela, es una de las mayores responsables de mi interés por la historia de nuestra villa; Sus historias sobre cosas acontecidas en la villa, como el hambre que pasaba en los principios del siglo XX, el vampiro de la Magdalena, el bar que poseía mi bisabuela, la fabrica de baldosas de mi abuelo, etc., me hicieron empezar a investigar sobre nuestro pasado. No es que mi abuela fuera una gran contadora de historias, pero recuerdo que a mediados de los años 80, cuando la televisión programaba la serie Raíces, esa serie hizo que empezará a interesarme por mis antepasados, ¿quiénes eran? ¿cómo vivían? ¿de donde procedían?, ahí empezaron las preguntas a mi abuela, de sus respuestas salieron nombres como Gertrudis, Benita, el Sargento “Pates”, Pepe “El Cristo”, etc. Veinte años más tarde, me regalaron un libro: “Avilés Memoria Gráfica”, cientos de fotografías del Avilés de primeros del siglo veinte. En ese momento renació mi interés por nuestro pasado, pero no solamente por mis ancestros. Esas imágenes hicieron que retomará con fuerza la realización de mi árbol genealógico, pero también mi interés por lo que es toda la historia de nuestra, villa milenaria.

sábado, 27 de enero de 2018

CRUZADOS ALEMANES EN AVILES EN 1186

Artículo de Miguel Calleja Puerta en la Revista del Bollo:

“En Turín, en la biblioteca de la Academia de las Ciencias, el erudito norteamericano Charles Wendell David, localizó y publicó hace ya mucho tiempo un manuscrito medieval escrito en latín que relataba la expedición de unos cruzados alemanes a Jerusalen.
Corrían los tiempos de la Tercera Cruzada. Las tropas de Saladino habían arrebatado Jerusalen a los cristianos en 1187, y a la llamada del Papa acudieron guerreros toda la cristiandad animados a recuperar los escenarios de la vida de Cristo.
El códice en cuestíón cuenta la azarosa historia de un contingente de cruzados alemanes que quisieron sumarse a aquel hecho de armas. Procedían de Bremen. Tras largos meses de preparación, en abril de 1189, once naves bien pertrechadas zarparon con el propósito de navegar hasta Tierra Santa y participar en el intento de conquistar Jerusalen.
Pero la travesía estuvo repleta de dificultades. Y aunque el cronista nunca resulta demasiado explícito en su descripción, todo apunta quizas a un contiengente bien preparado para la guerra, pero pesimamente dispuesto para la navegación. En su primera jornada de singladura
una nave embarrancó en la arena y tuvo que ser abandonada. Luego llegaron a las costas británicas y perdieron dos barcos más entrando al puerto de Sandwich. Adquierieron una nueva nave en Londres, navegaron sin poder controlar su rumbo, luego pasaron por laez Rochelle, y desde allí empujados por el viento, llegaron tras nueve días a la ría de Avilés.
En el relato nada indica que llegasen a propósito. Bien al contrario, insiste el cronista en que las naves fueron empujadas por el viento a capricho hasta aquel punto de la costa. Pero la descripción no deja lugar a dudas sobre su entrada en la ría. Al noveno día, prosigue, entraron a un puerto que en su descripción se localiza por su proximidad a dos lugares. El primero de ellos es la regia fortaleza de Gozeum, sin duda el castillo al que los documentos de la época llaman de Gauzón. El segundo se describe como el opidum Abilez, cuyo calificativo habla con certeza de que la villa ya estaba sólidamente amurallada. La narración no va mas allá de esos dos calificativos: el castillo aparece como fortaleza del rey – castrum regis – mientras que la villa se adivina rodeada de una muralla al denominarse oppidum, al igual que otras localidades a las que califica del mismo modo, como La Rochelle.
En esta época la villa de Avilés ya contaba con varias décadas de vida y debía ser un enclave próspero a tenor de las escasas informaciones conservadas. La concesión del Fuero por Alfonso VI la había convertido en un enclave privilegiado. La confirmación del mismo fuero por Alfonso VII en 1155 había revalidado el apoyo de los reyes a los avilesinos. Y sólo un año antes de la llegada de los cruzados en 1186 el rey Fernando II había donado a la catedral de Oviedo a perpetuidad la tercera parte de los impuestos regios que se recaudasen en la localidad con mención expresa a los de su puerto, el portus de Avilés. Todo indica que se había convertido en un importante punto de percepción fuscal y por tanto en una villa próspera con un activo comercio marítimo del que se beneficiaban muchas personas, incluyendo al rey y al obispo de Oviedo.
No es extraño, por lo tanto, que los cruzados alemanes se enterasen de que en Oviedo se guardaba un buen lote de santas reliquias en la cámara santa de su Catedral. Asi, como peregrinos que eran, prosigue el relato contando que sus naves quedaron en el puerto de Avilés, mientras ellos concurrían a San Salvador de Oviedo en pos de sus reliquias. Y allí veneraron el arca santa supuestamente venida desde Jerusalen, y a la que describe repñeta de reliquias de gran veneración.
La excursión fue breve, y no tuvo mas objeto que la peregrinación a San Salvador. Al día siguiente vuelven los cruzados a Avilés, y quizás esperando tiempo favorable aguardaron dos días mas. Finalmente, al crepúsculo, se hicieron de nuevo a la mar. Pero no deja de anotar el anónimo cronista que aquella tierra que abandonaban les había llamado poderosamente la atención. Le parecía poco poblada...”

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