Artículo de Miguel
Calleja Puerta en la Revista del Bollo:
“En Turín, en la
biblioteca de la Academia de las Ciencias, el erudito norteamericano
Charles Wendell David, localizó y publicó hace ya mucho tiempo un
manuscrito medieval escrito en latín que relataba
la expedición de unos cruzados alemanes a Jerusalen.
Corrían
los tiempos de la Tercera Cruzada. Las tropas de Saladino habían
arrebatado Jerusalen a los cristianos en 1187, y a la llamada del
Papa acudieron guerreros toda la cristiandad animados a recuperar
los escenarios de la vida de Cristo.
El
códice en cuestíón cuenta la azarosa
historia de un contingente de cruzados alemanes que quisieron sumarse
a aquel hecho de armas. Procedían de Bremen. Tras largos meses de
preparación, en abril de 1189, once naves bien pertrechadas zarparon
con el propósito de navegar hasta Tierra Santa y participar en el
intento de conquistar Jerusalen.
Pero la
travesía estuvo repleta de dificultades. Y aunque el cronista nunca
resulta demasiado explícito en su descripción, todo apunta quizas a
un contiengente bien preparado para la guerra, pero pesimamente
dispuesto para la navegación. En su primera jornada de singladura
una nave
embarrancó en la arena y tuvo que ser abandonada. Luego llegaron a
las costas británicas y perdieron dos barcos más entrando al puerto
de Sandwich. Adquierieron una nueva nave en Londres, navegaron sin
poder controlar su rumbo, luego pasaron por laez Rochelle, y desde
allí empujados por el viento, llegaron tras nueve días a la ría de
Avilés.
En el
relato nada indica que llegasen a propósito. Bien al contrario,
insiste el cronista en que las naves fueron empujadas por el viento a
capricho hasta aquel punto de la costa. Pero la descripción no deja
lugar a dudas sobre su entrada en la ría. Al noveno día, prosigue,
entraron a un puerto que en su descripción se localiza por su
proximidad a dos lugares. El primero de ellos es la regia fortaleza
de Gozeum, sin duda el castillo al que los documentos de la época
llaman de Gauzón. El segundo se describe como el opidum Abilez, cuyo
calificativo habla con certeza de que la villa ya estaba sólidamente
amurallada. La narración no va mas allá de esos dos calificativos:
el castillo aparece como fortaleza del rey – castrum regis –
mientras que la villa se adivina rodeada de una muralla al
denominarse oppidum, al igual que otras localidades a las que
califica del mismo modo, como La Rochelle.
En esta
época la villa de Avilés ya contaba con varias décadas de vida y
debía ser un enclave próspero a tenor de las escasas informaciones
conservadas. La concesión del Fuero por Alfonso VI la había
convertido en un enclave privilegiado. La confirmación del mismo
fuero por Alfonso VII en 1155 había revalidado el apoyo de los reyes
a los avilesinos. Y sólo un año antes de la llegada de los cruzados
en 1186 el rey Fernando II había donado a la catedral de Oviedo a
perpetuidad la tercera parte de los impuestos regios que se
recaudasen en la localidad con mención expresa a los de su puerto,
el portus de Avilés. Todo indica que se había convertido en un
importante punto de percepción fuscal y por tanto en una villa
próspera con un activo comercio marítimo del que se beneficiaban
muchas personas, incluyendo al rey y al obispo de Oviedo.
No es
extraño, por lo tanto, que los cruzados alemanes se enterasen de que
en Oviedo se guardaba un buen lote de santas reliquias en la cámara
santa de su Catedral. Asi, como peregrinos que eran, prosigue el
relato contando que sus naves quedaron en el puerto de Avilés,
mientras ellos concurrían a San Salvador de Oviedo en pos de sus
reliquias. Y allí veneraron el arca santa supuestamente venida desde
Jerusalen, y a la que describe repñeta de reliquias de gran
veneración.
La
excursión fue breve, y no tuvo mas objeto que la peregrinación a
San Salvador. Al día siguiente vuelven los cruzados a Avilés, y
quizás esperando tiempo favorable aguardaron dos días mas.
Finalmente, al crepúsculo, se hicieron de nuevo a la mar. Pero no
deja de anotar el anónimo cronista que aquella tierra que
abandonaban les había llamado poderosamente la atención. Le parecía
poco poblada...”
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