ENTAMU

El último año del siglo XIX, vio la llegada de mi abuela a la vida, en el humilde y pescador barrio de Sabugo; vio la llegada de mi abuelo, que con su familia mirandina, desembarcó en el puerto de Santander, trasladándose a la Calle Nueva de Avilés. Llegaron a bordo del barco Alfonso XIII, procedentes de Santa Clara (Cuba), él apenas tenía tres años, sus padres no habían ido a hacer la Habana, habían ido de criados de unos señores de Galiana, y regresaron con cuatro reales, con los que abrieron el bar Casa la Rubia.

Cuento todo esto, porque mi abuela, es una de las mayores responsables de mi interés por la historia de nuestra villa; Sus historias sobre cosas acontecidas en la villa, como el hambre que pasaba en los principios del siglo XX, el vampiro de la Magdalena, el bar que poseía mi bisabuela, la fabrica de baldosas de mi abuelo, etc., me hicieron empezar a investigar sobre nuestro pasado. No es que mi abuela fuera una gran contadora de historias, pero recuerdo que a mediados de los años 80, cuando la televisión programaba la serie Raíces, esa serie hizo que empezará a interesarme por mis antepasados, ¿quiénes eran? ¿cómo vivían? ¿de donde procedían?, ahí empezaron las preguntas a mi abuela, de sus respuestas salieron nombres como Gertrudis, Benita, el Sargento “Pates”, Pepe “El Cristo”, etc. Veinte años más tarde, me regalaron un libro: “Avilés Memoria Gráfica”, cientos de fotografías del Avilés de primeros del siglo veinte. En ese momento renació mi interés por nuestro pasado, pero no solamente por mis ancestros. Esas imágenes hicieron que retomará con fuerza la realización de mi árbol genealógico, pero también mi interés por lo que es toda la historia de nuestra, villa milenaria.

viernes, 26 de enero de 2018

AVILES ANTE LA GUERRA DE SUCESION

Artículo de Evaristo C. Martínez-Radío Garrido en la Revista del Bollo

 La Guerra de Sucesión (1701-1715) fue un conflicto que afectó claramente al Principado y, con él, a Avilés. Se trató de una etapa complicada de la que mostramos simples pinceladas de todo un complejo panorama. Pues bien, en esta villa tenemos noticias sobre su defensa antes de la propia contienda, pues ya en 1700 se repara su cárcel, cuestión importante, sobre todo, en levas y reclutas. La noticia del fallecimiento de Carlos ll y su testamento (origen del conflicto, como es sabido) llegan al lugar el 16 de noviembre, siendo acatado como en el resto de Asturias. Avilés, al igual que el Principado en lo que le toca, aprovechará la llegada del nuevo monarca, Fe|¡pe V, para buscar que se le reconocieran privilegios a través del Marqués de Valdecarzana, capitular de la villa, que se hallaba en la Corte.
 Respecto a sus defensas, en marzo de 1701 se le encarga a Fernando de León Falcón que pasara, con otros delegados, a reconocer los desperfectos de la muralia por la parte del huerto del convento de San Bernardo donde habían caído poco más de doce metros y medio y precisaba prontos reparos. Las defensas preocupaban, así que poco más de un mes más tarde ya estaba arreglada. A finales de septiembre de 1702, el sargento mayor de Avilés, el capitán Francisco Sánchez Valdés, expone que había buenas murallas, aunque sin portillo; de sus puertas, unas estaban caídas, y otras no se podían ni abrir ni cerrar, con lo que solicita que se procure remedio, lo cual seguirá demandando en marzo del año siguiente, mientras pedía munición. 
En lo que hace a pertrechos, a comienzos de junio de 1701 el sargento mayor ya había satisfecho lo debido por poco mas de 11 Kg de pólvora que había sacado del almacen. Pero no era suficiente, y el tiempo pasa...A finales de marzo de 1703 se trata en el ayuntamiento la cuestión de pertrecharse para defenderse de algún ataque. En ese momento, de tensión y de temores de indefensión – sobre todo por parte de Gijón – se dió una falsa alarma que mostró la gran falta de armas de fuego y pólvora. El sargento mayor pide buscar armas de fuego nuevas (tratarán de hacerse con 50 fusiles) y pólvora, pero poco más de tres meses después la villa no pudo hacerse con los fusiles y sólo había comprado en San Sebastián unos 86 kilos y medio de pólvora, que costaron 4 reales y medio por libra, sin fletes, así como 50 balas de cañón. El coste total 924 reales sin los costes ni los fletes para pagar al marinero que los había traído. Seguirán buscando la compra de fusiles. 
 A este respecto en abril de 1702 el gobernador Juan Blasco de Orozco, ordena que el sargento mayor reparara los dos castillos de la villa. Con ellos, que se construyeran todas las fortificaciones (y atalayas) que fueran necesarias y que se repararan las que hubiera. También debería disponer que se llevaran a cabo todas las fortificaciones previstas anteriormente para los puertos de mar del concejo y que no estaban realizadas, lo que sería costeado por las justicias – oficiales menores de justicia, algüaciles – y los concejos que no obedecieran las órdenes dadas. Por su parte el conde de Canalejas y Adelantado de la Florida escribe al tal sargento en junio comentando la necesidad de desplegar centinelas en el castillo de San Juan (del que era castellano); notificó también esta carta al escribano de la villa de Infiesto y podatario suyo, para que fuera a Avilés y actuara cumpliendo lo que a él le tocaba, pues no podía hacerlo el en persona. Era el encargado de que este tuviera su artillería,la cual traerá a su costa, como los guardias, etc. En este punto se detecta cierta tensión entre él y los capitulares en lo que se refiere a potestad y responsabilidades sobre la misma, y precisamente, quién debía disponer los hombres que hicieran las vigías así como lo tocante a los materiales. Vayamos por partes. 
 En el punto de la artillería, a fines de septiembre de ese año, los carretones y las cureñas que se encontraban en ese momento en el atrio de San Nicolás, estaban mal reparadas y no se podían transportar a donde se necesitaran llegado el caso. Ademas, nuevamente aparece la carencia de munición. Sanchez Valdés, alega la deficiencia como la razón de no haber colocado en el castillo de San Juan las dos piezas de artillería, que ya había hecho traer el conde de Canaleias a Avilés para ubicarlas en la torre. A la par, el Ayuntamiento buscará la munición en Vizcaya. Pasa el tiempo y a fines de junio de 1703 ya están hechos los carretones y se solucionaron otros problemas respecto a la artillería, asunto para el que se habían nombrado delegados a Sánchez Valdés y al capitán Diego de Miranda. Debemos decir que la villa contaba con un artillero, Melchor de la Vega, el cual en un principio no tenia un salario establecido. Pero el 31 de mayo de 1701 se acuerda pagarle 72 reales de salario que se le debian. No solo eso, pues Alonso Carreño mayor en dias, deja sentir que en adelante convenía que se le proporcionaran 12 reales al año por su función. 
En lo que hace a las centinelas y alarmas, en octubre el Sargento Mayor da orden de poner en el pórtico de San Nicolás nueve hombres de guardia continua. Tales guardias debian ser vecinos del casco de la villa y/o del arrabal de Sabugo. La medida no sentó bien a los capitulares, quienes consideraban tres hombres como suficientes para la defensa del lugar, ya que la entrada de la barra de la villa estaba a una legua de distancia y en ella había en dos lugares guardias avanzadas y solo las de San Nicolas podian recoger y dar el aviso proveniente de las demás; pero no eran capaces de hacer frente a un desembarco. Con todo, solicitan al Sargento rebajar el número de guardias a tres hombres como mucho, ya que, en su opinión, perjudicaba a los pobres y en esas centinelas no se incluían a los capitulares, "respecto de que por su graduación y exenciones que deben de gozar no se les debe de obligar sino en los casos que la urgencia y servicio de Su Majestad lo pidiere, pues se debe de creer que en éste serán los más prontos que acudan a todo lo que fuere del real servicio Es decir, se veía en esa obligación un ataque a su estatus social y no era una medida bien vista por las elites; otra cosa es si podia ser cierto que fueran los primeros en derramar su sangre llegado el caso. Advierten que, de no tenerles en cuenta, acudirian al Gobernador del Principado y al Consejo de Guerra. Lo que nos evidencia esta disposición es que la villa no parece demasiado alarmada. Aquí enlazamos con lo aludido más arriba de las potestades y obligaciones del alcaide, el conde de Canalejas. A finales de febrero de 1703, el gobernador mandaba que el sargento mayor, en conformidad de una cédula real que se hubiera recibido, pusiera centinelas en el torrejoncillo de San Juan “por cuanto el conde de Canalejas, alcaide de el con la gente necesaria”, que ira sustituyéndose, de manera que siempre debería haber guardias. También mandaba emplazar los dos cañones que ofrecía el mayordomo de Avilés y que las centinelas de la villa se dispusieran donde era costumbre. La cuestión no estaba exenta de polémica. Al mes siguiente sigue el asunto y se ordenó al sargento doblar la centinela del torrejón y ubicar las dos piezas que el conde de Canalejas había ordenado a su mayordomo que pusiera en la torre. No obstante, no se le indicó quien correría con los gastos de la pólvora y munición de los cañones, con lo que sin tales medios no valían para nada. Otra vez el problema económico: quien lo paga (algo muy grave en el Principado del momento); Fernando de Inclán de Arango y Pedro Estévanez de los Alas fueron de la opinión de que el torrejón no era responsabilidad de la villa. Como sea, pasa el tiempo, hasta que en julio Fernando de Inclán y el capitán Diego de Miranda llevan al castillo de San Juan las dos piezas de artillería de la villa. Cuestión que costó 137 reales y 6 maravedís. También llevaron 2,3 kg. de pólvora y 2 balas de cañón para probar las piezas y comprobar su alcance y, asimismo, dieron al artillero del castillo 11,5 kg. de pólvora y 10 balas, que solo debía gastar en caso de enfrentamiento con el enemigo. 
A fines de marzo del crítico año de 1706 la villa de Avilés expone estar bien defendida, cuestión que contrasta con la otra gran villa marinera que expresó claramente su temor a ser invadida. El caso es que se queja, a través de Fernando de Inclán, de que se veía sin la Real Caja de la Renta de Salinas del Principado, de la residencia de su administrador y demás encargados de la Renta y de la falta de llegada de juristas y comerciantes. Con ello, le perjudicaba la caída del comercio y consumo de sus géneros y manufacturas. Es decir, el temor a una invasión haría que Avilés se resintiera económicamente, por lo que quiere demostrar que no debía temer suma, nada menos que se alega ser la más segura del Principado, a salvo de los saqueos, al contrario que las demas villas costeras. Pero aunque Avilés fuera la única villa costera protegida, en caso de haberse efectuado una invasión y un asentamiento enemigo poco daría esa defensa en caso de ser rodeada. Por otro lado, habría que ver que de cierto contenían esas palabras en boca de Fernando de Inclán, ya que pudieran ser sólo argumentos ante un resentimiento económico. Suena extraño que fuera la única que no solicitara ni pidiera ayuda de todas las asturianas, incluso constando antecedentes en la anterior centuria de algún saqueo e intrusión enemigos. Esto no quita, por supuesto, que tenga alguna razón. 
 Respecto a las milicias, contaba con algunas compañías, tenemos noticias de que en 1708 se creó un nuevo regimiento, si bien no tenemos mucho mas que decir.

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