ENTAMU

El último año del siglo XIX, vio la llegada de mi abuela a la vida, en el humilde y pescador barrio de Sabugo; vio la llegada de mi abuelo, que con su familia mirandina, desembarcó en el puerto de Santander, trasladándose a la Calle Nueva de Avilés. Llegaron a bordo del barco Alfonso XIII, procedentes de Santa Clara (Cuba), él apenas tenía tres años, sus padres no habían ido a hacer la Habana, habían ido de criados de unos señores de Galiana, y regresaron con cuatro reales, con los que abrieron el bar Casa la Rubia.

Cuento todo esto, porque mi abuela, es una de las mayores responsables de mi interés por la historia de nuestra villa; Sus historias sobre cosas acontecidas en la villa, como el hambre que pasaba en los principios del siglo XX, el vampiro de la Magdalena, el bar que poseía mi bisabuela, la fabrica de baldosas de mi abuelo, etc., me hicieron empezar a investigar sobre nuestro pasado. No es que mi abuela fuera una gran contadora de historias, pero recuerdo que a mediados de los años 80, cuando la televisión programaba la serie Raíces, esa serie hizo que empezará a interesarme por mis antepasados, ¿quiénes eran? ¿cómo vivían? ¿de donde procedían?, ahí empezaron las preguntas a mi abuela, de sus respuestas salieron nombres como Gertrudis, Benita, el Sargento “Pates”, Pepe “El Cristo”, etc. Veinte años más tarde, me regalaron un libro: “Avilés Memoria Gráfica”, cientos de fotografías del Avilés de primeros del siglo veinte. En ese momento renació mi interés por nuestro pasado, pero no solamente por mis ancestros. Esas imágenes hicieron que retomará con fuerza la realización de mi árbol genealógico, pero también mi interés por lo que es toda la historia de nuestra, villa milenaria.

viernes, 12 de enero de 2018

CARTA DE UN MASON AVILESINO EN 1942

Carta de Carlos Pérez Arias 
 Avilés, a 13 de Noviembre de 1942 

A quien pudiera interesar

 Mi nombre es Carlos Pérez Arias. Nací en Pravia el 15 de agosto de 1892. Mi padre se llamaba Juan y mi madre, Marcelina. No tiene sentido narrar aquí mi infancia ni mi juventud, era un chiquillo travieso, de esos que dicen “si tiene usted un hijo pillo, métalo a monaguillo”. Crecí observando las desigualdades  sociales  que  se  daban  en  mi  pueblo,  fuente  de  tantas  injusticias.  Conocí  el movimiento obrero,  escuché  varias  veces  las quejas de los trabajadores,  pude ver sus huelgas, la forma atroz en que las fuerzas del orden las aplastan y el dolor de las doblegadas mujeres. Tuve la oportunidad de leer libros que daban fuerza a los obreros, atendí  a  las discusiones acerca de qué forma  era  la  más  conveniente  para  lograr  la  igualdad  social.  No  se  extrañe,  mi  ideología  era  de izquierdas.

 Fui  creciendo,  estudié  Medicina  y  pronto  pude  ejercer.  Marché  a  Cuba  como  otros  muchos pravianos a trabajar y hacer dinero, aunque no todos tuvimos la misma suerte. Allí, en La Habana, conocí a D. Víctor Candía, el cual me inició en la Logia “Silencio” en enero de 1926. Me gustaban esas reuniones de gentes de izquierdas que deseaban un mundo mejor en el que todas las personas fuésemos iguales ante la ley y ante las posibilidades que la vida puede ofrecernos; una educación laica  igual  para  niñas  y  niños,  para  ricos  y  pobres;  una  verdadera  creencia  en  el  lema  de  la Revolución  Francesa.  No  en  vano  entre  las  sociedades  secretas  surgidas  en  ese  periodo  de  la Revolución se encuentra el germen de la masonería contemporánea. No estuve mucho tiempo en el “Silencio”, pues pronto regresé a España. En ella alcancé el 2º grado de compañero y elegí llevar el nombre simbólico de Pasteur: No es raro, soy médico. Ya en España, me fui a vivir a Avilés, la villa que  mira  a  la  mar.  Echaba  de  menos  aquellas  conversaciones  con  mis  compañeros  masones.  En Avilés  no  existía  ningún  cuadro:  a  finales  del  siglo  pasado,  en  los  ochenta,  había  2  logias,  La “Justicia” y “Concordia”, pero se disolvieron con la llegada del nuevo siglo. Fue en la vecina Gijón donde pude afiliarme de nuevo a una logia, La “Jovellanos”: Era el 17 de Mayo de 1931. Y recuperé mi nombre, Pasteur. 

Pronto entablé amistad en Avilés con Marciano Conde Miguel, que era practicante; con el marino Mario  Álvarez  Cienfuegos,  que  sería  gestor  del  Ayuntamiento,  y  su  sobrino,  Severino  García Álvarez.  También  estaban  los  comerciantes  Elceario  Mariño  Llames,  que  formaría  parte  del Ayuntamiento  durante  la  Guerra,  y  Ángel  García  González.  La  mayoría  éramos  de  Izquierda Republicana de Avilés, a la que me afilié desde casi sus inicios. Juntos fundamos el Triángulo “José Rizal”  nº  16  en  1933.  Segundo  Calvo,  Bernardo  Rodríguez  Viña  y  Ramón  Muñoz  (¿o  era Martínez?)  completaron  la  logia.  Debíamos  obediencia  al  Grande  Oriente,  pero  la  formación  de nuestras logias, como en toda Asturias, no viene de Francia o Inglaterra, sino de Cuba: Los indianos conocimos  allí  como  en  otras  zonas  de  la  América  Latina  la  masonería  y,  a  nuestro  regreso,  se fueron formando los cuadros. Ángel, en Cienfuegos, se inició en la logia “Asilo de la Virtud” de Cuba y así otros muchos. Por otro lado, al igual que yo estaba afiliado a dos logias, mis compañeros también participaban en La “Jovellanos” o bien en La “Argüelles” de Oviedo, donde conocieron a Leopoldo Alas, el rector de la Universidad. 

Nos  reuníamos  todos  los  lunes  por  la  tarde  en  una  de  las  secretarías  de  Izquierda  Republicana, cuando el local estaba vacío. Cuando nos cogieron, nos acusaron de haber promovido el 34, pero no es cierto, durante esos días no nos reunimos, quedando la Logia disuelta por los sucesos. Llegó la Guerra. A mí me depuraron en Avilés, dijeron que era contrario al movimiento marxista.

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