ENTAMU

El último año del siglo XIX, vio la llegada de mi abuela a la vida, en el humilde y pescador barrio de Sabugo; vio la llegada de mi abuelo, que con su familia mirandina, desembarcó en el puerto de Santander, trasladándose a la Calle Nueva de Avilés. Llegaron a bordo del barco Alfonso XIII, procedentes de Santa Clara (Cuba), él apenas tenía tres años, sus padres no habían ido a hacer la Habana, habían ido de criados de unos señores de Galiana, y regresaron con cuatro reales, con los que abrieron el bar Casa la Rubia.

Cuento todo esto, porque mi abuela, es una de las mayores responsables de mi interés por la historia de nuestra villa; Sus historias sobre cosas acontecidas en la villa, como el hambre que pasaba en los principios del siglo XX, el vampiro de la Magdalena, el bar que poseía mi bisabuela, la fabrica de baldosas de mi abuelo, etc., me hicieron empezar a investigar sobre nuestro pasado. No es que mi abuela fuera una gran contadora de historias, pero recuerdo que a mediados de los años 80, cuando la televisión programaba la serie Raíces, esa serie hizo que empezará a interesarme por mis antepasados, ¿quiénes eran? ¿cómo vivían? ¿de donde procedían?, ahí empezaron las preguntas a mi abuela, de sus respuestas salieron nombres como Gertrudis, Benita, el Sargento “Pates”, Pepe “El Cristo”, etc. Veinte años más tarde, me regalaron un libro: “Avilés Memoria Gráfica”, cientos de fotografías del Avilés de primeros del siglo veinte. En ese momento renació mi interés por nuestro pasado, pero no solamente por mis ancestros. Esas imágenes hicieron que retomará con fuerza la realización de mi árbol genealógico, pero también mi interés por lo que es toda la historia de nuestra, villa milenaria.

martes, 13 de febrero de 2018

MIRANDA EN LOS DIARIOS DE JOVELLANOS

Extraído de un artículo de Jose Manuel Feito en la revista del bollo de 1980.

"...Miranda, lugar grande, compuesto de tres o cuatro barriadas algo separadas en que está reunida la población. En una de ellas vimos los hornos y fábricas de barro común que aquí se trabaja; la mayor parte de ellos cavados en la tierra, de grosera y no bien dirigida forma.
El barro es rojo y después de cocido conserva el mismo color, aunque más claro y algo tirando a blanco. Para darle el negro brillante y fino de los botijos, basta cerrar muy cuidadosamente el horno después de la cochura, y sin duda el humo ahogado en él penetra por todos los poros del barro y se vuelve negro.
La operación preparatoria se reduce a machacar el barro, que se trae el mismo término, pasarlo después por un tamiz, amasarlo luego en unos duernos con agua, y al fin pasarlo a los tornos para darle forma.
Hay como unos treinta hornos en que se trabaja el barro común y da color negro; otros cuatro destinados al barro blanco, aunque no lo es, con su vidriado blanco y amarillento y con algunos rasgos verdes y azules. En estos se hace la antigua y originaria vajilla de nuestro pueblo.
Un horno se carga con doscientas docenas de piezas, bien entendido que la docena que lleva doce piezas pequeñas, se compone de cuatro, tres, dos y aún una sola pieza si son grandes, graduándose la cuenta por el tamaño y no por el número.
Cuando se trabaja se arrebata de las manos de los fabricantes: Consúmese en Asturies y en toda nuestra costa septentrional, desde Vizcaya a Galicia..." (Diarios, 2 de agosto de 1792).

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