ENTAMU

El último año del siglo XIX, vio la llegada de mi abuela a la vida, en el humilde y pescador barrio de Sabugo; vio la llegada de mi abuelo, que con su familia mirandina, desembarcó en el puerto de Santander, trasladándose a la Calle Nueva de Avilés. Llegaron a bordo del barco Alfonso XIII, procedentes de Santa Clara (Cuba), él apenas tenía tres años, sus padres no habían ido a hacer la Habana, habían ido de criados de unos señores de Galiana, y regresaron con cuatro reales, con los que abrieron el bar Casa la Rubia.

Cuento todo esto, porque mi abuela, es una de las mayores responsables de mi interés por la historia de nuestra villa; Sus historias sobre cosas acontecidas en la villa, como el hambre que pasaba en los principios del siglo XX, el vampiro de la Magdalena, el bar que poseía mi bisabuela, la fabrica de baldosas de mi abuelo, etc., me hicieron empezar a investigar sobre nuestro pasado. No es que mi abuela fuera una gran contadora de historias, pero recuerdo que a mediados de los años 80, cuando la televisión programaba la serie Raíces, esa serie hizo que empezará a interesarme por mis antepasados, ¿quiénes eran? ¿cómo vivían? ¿de donde procedían?, ahí empezaron las preguntas a mi abuela, de sus respuestas salieron nombres como Gertrudis, Benita, el Sargento “Pates”, Pepe “El Cristo”, etc. Veinte años más tarde, me regalaron un libro: “Avilés Memoria Gráfica”, cientos de fotografías del Avilés de primeros del siglo veinte. En ese momento renació mi interés por nuestro pasado, pero no solamente por mis ancestros. Esas imágenes hicieron que retomará con fuerza la realización de mi árbol genealógico, pero también mi interés por lo que es toda la historia de nuestra, villa milenaria.

domingo, 18 de febrero de 2018

UN DIA EN AVILES EN 1882, POR UNA REVISTA MADRILEÑA

En 1882 la revista madrileña "Escenas Contemporáneas" publicaba el siguiente artículo sobre Avilés:



UN DIA EN AVILES

Cuando se habla de los encantos y atractivos que Asturias tiene, sin desconocer que hay en Galicia valles más extensos, y que en las Vascongadas ofrecen mayores comodidades al viajero que las visita, todo el mundo conviene, en que, ni en la variedad maravillosa de los paisajes, ni en los motivos de expediciones que nos presenta a cada paso, puede competir provincia alguna española con esta que tiene por capital a Oviedo y está llena de recuerdos históricos.
Aquí tenemos el famoso santuario de Covadonga, los restos de la arquitectura románica de San Miguel de Lillo y Santa María del Naranco, las magníficas fundiciones de La Felguera y de Mieres, la fábrica de zinc de Arnao y las de fúsiles de Oviedo y la de cañones de Trubia, las playas de Candás, Luanco y Ribadesella, las intrincadas asperezas de Cabrales y la alegre costa de Llanes, cuajada de naranjos y de magnolias. No es raro, por tanto, que la estancia en Asturias se convierta en un viaje perpetuo.
Ya en Oviedo, pocos resisten la tentación de visitar Avilés. Los ovetenses tienen mayor cariño a este precioso puerto que a Gijón; son propagandistas incansables de sus bellezas, trabajan con fruto por su engrandecimiento y adelanto, y no perdonan a ningún forastero que sube el Pajares sin haber visto antes Villalegre y la Ría. Hacen bien. Estar en Asturias y no ver Avilés es imperdonable. No sabemos quien ha dicho que Covadonga es el pasado de Asturias. Avilés muy bien puede ser el porvenir.
Para pintar con verdad y éxito seguro una alegoría de la vida asturiana, escenas, tipos y paisajes, no hay preparación mejor que hacer el viaje de Oviedo a Avilés un lunes. En este día de la semana los avilesinos celebran mercado y la carretera está concurridísima. Lo mismo que si se tratase de una romería. Los aldeanos con sus trajes caprichosos y sus paraguas – hermanos gemelos de los que emplean para dar serenata a Beatice los tres maridos en Boccacio- pueblan el camino. Las mujeres llevan a la cabeza goxas, o sea grandes cestas repletas de artículos que pagan derechos de consumo; los hombres la tradicional montera ó el enorme sombrero redondo de anchas alas. Pocos son los que no van seguidos de una vaca. Como no se concibe a un cazador sin perro, no se comprende a un asturiano que no tenga vaca á lo menos. La propiedad pecuaria anda por aquí muy dividida.
El camino de Avilés es verdaderamente encantador. A cada paso ofrece puntos de vista diferentes, Más que un camino parece la Calle Real de un pueblo de la Mancha. Ni un momento dejan de verse quintas, castillos, ventas, hórreos y caseríos. De tener caminos tan poblados los portugueses los llamarían calles y pondrían número a todas las casas para decir que tenían vías más largas que las de Nueva York y Londres. Pocos minutos antes que Avilés está Villalegre. Con razón puede llamarse así. Los asturianos no quieren que se diga de ellos como Galdós de Orbajosa, que tenía para todos los sitios más tristes, sucios y pobres, los nombres más altisonantes y los calificativos más hiperbólicos. Villalegre es un sitio delicioso, Sólo conozco más alegre que este pueblo los dramas que hacen reir.
De Villalegre a Avilés se encuentran muchos y bonitos chalets que recuerdan los de Suiza. Sorprende encontrar tantas quintas de recreo como han reunido los avilesinos. Verdad es que Avilés es uno de los pueblos más ricos de Asturias. Con decir que aquí se cuenta por pasos basta para comprender que se trata de un vecindario de capitalistas. Los jandalos santanderinos no se conocen en esta tierra: los que si abundan son los americanos millonarios. Pocos días después de la restauración se presentaba al Gobernador de Santander uno de estos avilesinos vueltos de América – Deseo – dijo al Gobernador – que me autorice Usted para celebrar una reunión pública - ¿Con que objeto? – dijo el Gobernador – Sin carácter político. Deseo dar una fabada a todos los asturianos que estén en la provincia de Santander y quieran concurrir – este avilesino tiene mote y una fortuna de más de un millón de duros.
En nuestro viaje a Avilés nos acompañaron el diputado Julián García San Miguel, un demócrata que es por sufragio universal rey de este distrito, y su hijo político el distinguido joven don Manuel Uría, tan conocido en la sociedad, Con tan excelentes y amables cicerones no hay que decir como nos fue en Avilés. De las casas de este pueblo, donde las hay tan hermosas como las de los Marqueses de Ferrera y de Santiago y la de la Señora viuda de Campa, una de las mejores es la del Sr. San Miguel. En ella se hospedo el Rey Don Amadeo de Saboya. El Sr. San Miguel nos obsequió con un esplendido almuerzo. Lhardy no habría podido darlo mejor.
Avilés es un pueblo más pequeño, pero más alegre y pintoresco que Gijón. Las modernas casas tienen cancela como las de Andalucía y habitaciones para un solo vecino. Sólo les falta el patio. Verdad que en Sevilla hace necesarios los patios el calor, y en Avilés los haría imposible la humedad. Tiene una iglesia parroquial donde los arqueólogos encuentran no poco que aprender y los aficionados a la arquitectura mucho que admirar; un casino y un liceo, que rivalizan en ofrecer bailes y distracciones; una plaza para mercado, digna – cuando esté concluida – de una población de
primer orden, calles con portales como los de la Plaza Mayor, aunque más bajos, con los cuales no hay ningún impermeable que pueda competir en los días lluviosos, un bonito paseo de estatuas de bronce, una ancha vía y un puerto tan hermoso y limpio como si fuera el de un estanque en una quinta de recreo.
Todo esto, la baratura de fondas y hospederías, la proximidad de la playa de Salinas, a un cuarto de hora del pueblo avilesino, las cercanías de verdes montañas y blancos caseríos, hacen de Avilés una residencia de verano, inmejorable. No cuando el ferrocarril atraviese el pajares, mucho antes, cuando la empresa del Norte y la del Noroeste se pongan de acuerdo para establecer, durante los mese de verano, trenes de recreo a Oviedo y Gijón, Avilés será – y bien lo merece – una de las estaciones balnearias más favorecidas por los madrileños.
El día que nosotros estuvimos por Avilés, nos hablaron de una alcaldada cometida por el juez contra el alcalde y el Ayuntamiento de Avilés, a la cual no han sido extrañas las maquinaciones de los conservadores.
Hablarnos de esto en Avilés, era tanto como decirnos que la serpiente había entrado en el Paraíso.

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