«Avilés cambió de la noche al día, tenía 18.000 o 20.000 habitantes y de repente vinieron más de 20.000 a trabajar», explica Ramón Rodríguez Álvarez, uno de los testigos de aquel cambio. Este avilesino residía entonces en la calle Llano Ponte y, después de ganarse la vida con la compra y venta de ganado, comenzó a trabajar para la construcción de Ensidesa como transportista de materiales: primero con carro, y luego, ya motorizado. «Con el camión entré en la cooperativa de transportes, que tenía una concesión de extraer la escoria de los hornos altos», explica.
Miles de toneladas de cemento, guijo, hierro y arena fueron necesarias para cimentar y levantar un conjunto de construcciones que cambiaron Avilés para siempre y de las que hoy, sólo medio siglo después, apenas quedan los restos. Cuenta Ramón Rodríguez que llegó a trabajar para Entrecanales de día y para Duarte por la noche, un reflejo de la dureza del trabajo de aquellos años. Padecía turnos de doce horas, por ejemplo, como otros muchos trabajadores Héctor Prieto García, un gallego que llegó a Avilés con 17 años, después de pasar por las obras de construcción de varios saltos de agua en Castilla y León. «Cuando entré en Entrecanales, en 1954, comencé a vivir en los barracones de la zona de Llaranes, a la entrada de la carretera de Gijón. Cobraba quinientas pesetas a la quincena y me quitaban unas cuatro pesetas para dormir y comer», afirma.
Aunque barracones se habilitaron en distintos puntos de la comarca avilesina, no todos eran igual. Muchos, como los de Llaranes, estaban habilitados dentro de las mismas construcciones que después se convirtieron en casas para las familias de los trabajadores de Ensidesa. Sin embargo, los de Divina Pastora, y también los de Garajes -hay quien añade los que Duarte construyó en Marzaniella-, eran los peores, naves levantadas a toda prisa para poder albergar por vía de urgencia a los miles de obreros recién llegados. Uno de esos era Eugenio Gutiérrez. «Y gracias a Dios que encontré los barracones. Era pobre, llegué a Asturias con cinco duros».
Como si fuera el inicio de un pasaje bíblico, este extremeño recuerda: «Al principio era todo barro. Todo era un valle de lágrimas, pantanoso. Para levantar Ensidesa tuvieron que clavarse muchos pilotes para ir cogiendo firme». De la que llegó a la Jerusalén industrial tuvo que compartir un hórreo en el alto de Villalegre con un andaluz; cada uno pagaba seis pesetas por el alquiler. Luego, en cuanto pudo, se fue a los barracones. «Allí te costaba diez pesetas, pero te daban comida; tenía cuenta, era más barato». Corría el año 1955. Dos años después ingresó en la Policía Local, y pudo despedirse de las duras literas. «Yo ya era mayor, quería un trabajo fijo». Los barracones siguieron todavía mucho tiempo.
Lo de la cocina, de todas formas, merece párrafo aparte. Las grandes constructoras de Ensidesa, Duarte y Entrecanales, ofrecían servicio de comedor. Para entrar era necesario presentar el vale de la empresa. Más de dos y de tres veces recogió los cupones Teodoro Pozo Coto en los comedores de Divina Pastora. Este leonés, que de aquella era empleado en el puesto regulador de pescadería, en Hermanos Orbón, iba a echar un cable a un amigo suyo, hermano del responsable de los barracones. «Mi amigo se ponía a un lado de la puerta y yo al otro a coger los cupones, para que él acabara antes». Garbanzos día sí y día también era el menú habitual de los comedores. Héctor Prieto fue de los que los sufrieron, en el de Garajes. «Había que llevar el plato de aluminio y la cuchara, y te echaban los garbanzos de las optas». Este comedor era regentado por Laureano Lloriana, hermano del empresario Manolo Lloriana, según recuerda Prieto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario