Extraída
del Archivo General de Indias
Yo
partí de Puerto Rico a 15 de agosto para La Habana con los navíos
con que me hallaba, para me juntar allí con el socorro de Santo
Domingo para venir a estas provincias de la Florida, y viniendo
navegando mi viaje pareciéndome el semblante del sol y de la luna,
demostrar buenos tiempos y que si acertase a llegar a estas partes,
al puerto donde los franceses estaban, antes que el Armada francesa
llegase, traía bastante recaudo para le ganar y sustentar en el
entretanto que el socorro de Santo Domingo me venía y la gente
que me faltaba, por causa que ellos tienen hecha su fuerza, cinco
leguas por el río adentro y a la entrada del río, hay una isleta de
una legua, que está dentro del puerto, que de fuerza han de
entrar al luengo de ella y quien ésta tuviere es señor
de la mar y sustentarála con facilidad, y ningún navío
podrá entrar ni salir en aquel puerto sin licencia del
Alcaide que allí estuviere; y entendiendo de los tres
franceses que traía, que V. M. mandó entregarme, que eran los
primeros que allí habían estado, este secreto, y me dijeron que
como los franceses llegasen primero que yo, fortificarían esta isla,
para ser señores del puerto y de la mar; parecióme lo más
acertado, pues me hallaba con 800 personas, 500 soldados
para poder desembarcar y 200 hombres de mar, y los otros cien, de
gente inútil de hombres casados, mujeres y niños y oficiales, que
lo mejor y más acertado, era venir a buscar este puerto, para ganar
esta isleta y fortificarla.
Y
habiendo pedido parecer sobre ello a los capitanes y oficiales de mar
y guerra, todos de un parecer, les pareció lo mismo, porque llegando
primero el Armada francesa, les parecía que la guerra era acabada,
porque llegada la caballería de Santo Domingo, seríamos señores de
la campaña y de la mar y de la tierra y los tendríamos aislados, y
por más fuertes que estuviesen, les haríamos perecer sin que
pudiesen ser socorridos por mar ni por tierra; y ansi, con este
acuerdo, tomamos nuestra derecha derrota a estas partes; y a los 25
de agosto, domingo de mediodía, descubrimos esta tierra sobre el
Cabo de Cañaveral que está en 28 grados a la boca de la Canal de
Bahama, y fuimos navegando al luengo de la costa buscando este puerto
hasta los 29 grados, que eran la relación que tenía que los
franceses estaban de 28 para 29 grados, y no lo hallando, corrimos
hasta los 29 grados y medio, y habiendo visto fuegos en tierra, de la
costa de la mar, a dos de septiembre, mandé a un Capitán saltar en
tierra con 20 soldados a procurar tomar lengua de los indios para que
nos diesen noticia deste puerto, y ansí él Capitán que fué, se
juntó con ellos y les habló, y por señas le dijeron que el puerto
estaba adelante en más altura a la parte del Norte; y habiendo
vuelto el mismo día con esta respuesta, acordé otro día de mañana,
de ir en tierra a verme con estos indios, porque pareció ser gente
noble y llevéles algunas cosas de rescate; holgáronse mucho
conmigo, y certifiquéme dellos, estar el puerto adelante, y
ansí lo fuimos a buscar y partí de allí, en busca dél,
a 4 de septiembre, y el mismo día, a las dos de la tarde, le
descubrimos y cuatro navíos surtos sobre él, con sus banderas de
Capitana y Almiranta, y estando ciertos que el socorro les era venido
y que dando de súpito sobre estos cuatro navíos los podríamos
tomar, acordé de los ir a embestir y estando a media legua
dellos, vino muchos truenos y relámpagos y agua, que nos dejó el
viento en calma y a las diez de la noche volvió a ventar, y
pareciéndome que por la mañana saldrían del puerto los
navíos que hobiese y más fortificación para estos cuatro, acordé
ir a surgir al luengo dellos para en siendo el alba embestirlos, y
ansí lo hice, que surgí en el medio de la Capitana y Almiranta con
mi nao Capitaya y habiéndoles hablado que, qué hacían allí ¿y
qué Capitán tenían?
Respondieron que tenían a Juan Ribao por Capitán General, y que por
mandado del Rey de Francia venían aquella tierra, y qué naos éramos
nosotros, y qué General traíamos? Respondióseles, que Pedro
Menéndez, que iba por mandado de V. M. a esta costa y tierra, a
quemar y ahorcar a los franceses luteranos que hallase en ella, y
que por la mañana iría a abordar con sus navíos para
saber si era desta gente, porque siéndola, no podía dejar
de no ejecutar la justicia en ellos, que V. M. mandaba.
Respondieron que no era buena, y que luego podía ir sin aguardar a
la mañana.
Y
pareciéndome que esta ocasión no se había de perder, aunque era de
noche, teniendo la popa de mi nao sobre su proa, mandé alargar el
cable para perlongar con él, y ellos cortaron el suyo y guindan sus
velas y echan de huir, todos cuatro navíos. Podímonos
aprovechar de tirar cinco piezas gruesas a su Almiranta y
sospechamos la echamos al fondo porque mucha gente la
desmanparó y se metió en un batel grande, a manera de pinza
con 20 remos, e yendo tras ellos, metiéronse en otra nao y dejaron
el batel.
Seguí,
aquella noche a los tres navíos y como traigo el galeón
sin mastes de la tormenta, navegaban más que yo, y al alba del
día, teniéndoles alejados cinco o seis leguas, vuelvo sobre el
puerto para desembarcar en la isleta 500 soldados, y estando a media
legua desta isleta, salen junto della surtos, tres navíos con mucho,
gallardete y bandera, y con dos banderas de Campo en tierra, y
pareciéndome que no había para gastar tiempo allí, que
pues esta Capitana que traigo no podía entrar dentro, y que
los navíos chicos iban con gran peligro, acordé de venir en la
vuelta de la Canal de Bahama a buscar puerto donde poder desembarcar
junto a ellos, y a ocho leguas de su puerto por mar, y a seis por
tierra, encontré uno que había reconocido antes, día de San
Agustín, que está en 29 grados y medio escasos y a los seis deste,
desembarqué en él 200 soldados, y a los 7, entraron tres navíos
pequeños con otros 300 y los casados con sus mujeres e hijos, y
desembarqué la más de la artillería y municiones que traía y
estando a los ocho días de Nuestra Señora, desembarcando otras cien
personas que había que desembarcar y alguna artillería y municiones
y mucho bastimento, vino la nao Capitana y Almiranta de los
franceses, a media legua de nosotros, representándonos combate,
dándonos vueltas alrededor y nosotros surtos como estábamos,
haciéndolos señas que viniesen a bordo y a las tres de la
tarde, cargaron de velas y fuéronse a su puerto y yo me fuí en
tierra y tomé la posesión en nombre de V. M. y fuí jurado por los
capitanes y oficiales, por Gobernador y Capitán General y Adelantado
desta tierra y costa, conforme a las provisiones de V. M. Halláronse
muchos indios presentes, y muchos principales entre ellos; muéstranse
nuestros amigos y nos parecen que están enemigos con los
franceses y dijéronnos, que por dentro deste puerto sin
salir a la mar saldremos al río de los franceses, adelante del
castillo por el río arriba, siete o ocho leguas, que es muy buena
cosa para poder llevar la artillería y el campo y la caballería, si
quisiéremos desembarcar junto de su castillo, sin que su isla nos lo
impida, aunque la tengan fuerte, cuando más que por tierra podemos
ir con caballos y el artillería.
Yo
determino de fortificarme todo lo mejor que pudiere, hasta que
me venga el socorro y dentro de tres días, despacharé a La Habana
por navegación breve, que con la ayuda de Dios, pienso que irán
dentro de ocho o diez días y enviaré pilotos, para que el socorro
se venga con toda brevedad a este puerto, que venido que sea, yo me
daré tal maña, con el ayuda de Nuestro Señor, de ganarle la isla
deste puerto y plantar el artillería sobre su fuerza, porque con la
caballería, espero en Dios, de hacerlo a mi salvo y ser señor de la
campaña. Dícennos los indios deste puerto, que son diez navíos,
los que les han venido de un mes a esta parte, y que tienen muchos
caciques por amigos, y ansí tenemos por cierto han de venir sobre
nosotros con los indios que tienen amigos, y lo mismo sobre este
galeón y como tiene tanto bastimento y artillería dentro, y
municiones, sería totalmente nuestra destrucción si nos lo tomasen,
y si vienen sobre él, según tiene poca gente, corre peligro, porque
ha 15 días que lo traigo en esta costa, muchos bajíos y corrientes,
por llegarme junto de los puertos para los reconocer y para
descargar lo que ha descargado; está junto de tierra, que con
cualquier travesía o mal tiempo que venga, se perderá, y ha
menester por lo poco, para acabar de descargar y lastar, otros quince
días y en este tiempo o de temporal o de los enemigos, sería
misterio escapar con todo lo que dentro tiene, y ansí he acabado de
descargar dél, todo el artillería y municiones que traía, y lo
envío a la Española o Monte Cristo o Puerto Real, que se esté allí
hecho lonja, con cantidad de bizcocho que no puedo descargar y algún
vino, y enviaré allí, por este bastimento para el mes de
enero que viene, porque hasta todo diciembre, queda bizcocho y
con la buena regla que tendremos, haremos que dure para todo enero, y
si conviniere para el principio del verano, que este galeón salga de
Armada a esta costa, que será señor desta mar; en el entretanto
que yo me hago más poderoso en la tierra y para impedir
el socorro que a los franceses le puede venir hacerlo he, si la
Audiencia de Santo Domingo paga el sueldo que se debe, para se
aparejar y lo paga a la gente y lo bastece, que, sin esto, no hay
poder salir, por no poder tener posibilidad para pagarlo. La mayor
falta que me parece que tengo de tener, ha de ser de caballos, porque
de los de Puerto Rico, no llegó acá ninguno vivo, sino uno,
y conviene que cada soldado tenga caballo, para ser señor de
la campaña y impedir que los indios no traten con los franceses, ni
los franceses salgan de su fuerte, que como los indios vean esto y
que los franceses nos temen y que podemos más que ellos, todos serán
nuestros amigos y esto procuraré con todas las diligencias posibles
por importar mucho para ganar con ellos reputación y nos teman; y
para que nos amen, les haré todos los regalos posibles. Yo me
hallo con dos chalupas de cada 70 o 80 toneladas, muy
buenos navíos y que demandan muy poca agua y los envío a La
Habana, que cada uno traerá 40 caballos, si allí hobiese orden para
ello, sería gran negocio. Yo escribo sobre ello al Gobernador y le
envío una obligación cuando V. M. no los mandare pagar, que
yo los pagaré; y venido que sean estos navíos con los
caballos o sin ellos, luego los enviaré a Puerto de Plata.
o Monte Cristo para que carguen de caballos y escribiré a
la Audiencia de Santo Domingo, los pague y tenga prestos, y
cuando no quisiere, les enviaré obligación de pagarlo, porque el
mayor costo que los caballos tienen, son los navíos y marineros,
que 40 caballos que un navío puede traer, puede costar,
uno por otro, mil ducados, que han de ser caballos de campo, de
hueso y trabajo y de vaqueros, y el navío que los hobiere de traer
hecha carpintería, pagados marineros y sueldo y bastimento, y
aparejar y fortificar a los navíos, y a dar carena y traerlos
aparejados para esta costa, como conviene que ha de ser con cables y
anclas dobladas y aparejos, tendrá de costa cada barcada, dos mil
ducados por lo menos. De mí, esté V. M. cierto, que si tuviese un
millón más o menos, todo lo gastaría y expendería en esta
empresa, por ser tanto de. Dios Nuestro Señor, y acrecentamiento de
nuestra Santa Fe Católica y servicio y autoridad de V. M., y
ansí tengo ofrecido a Nuestro Señor, cuanto en este mundo
me diere, tuviere, ganare, adquiriere, será para meter el
Evangelio en esta tierra y alumbrar a los naturales della, y
ansí lo prometo a V. M. Convendrá que V. M. escriba luego al
Gobernador de Puerto Rico, Audiencia de Santo Domingo,
Gobernador de La Habana, que todas las veces que navíos míos
aportasen por allí. les den todo favor y ayuda y los caballos que yo
enviaré a pedir, con sola la comida y bebida y no otra cosa, y que
no sea caballo que abaje de 25 o 30 ducados y que éstos sean los
mejores que el precio que hobiere en la tierra que las sillas y
frenos que habían de costar más, no quiero que me los den, que yo
enviaré a España por ellas, y desta manera, aunque sea a costa de
mi hacienda, yo tendré con brevedad recaudo de caballos en estas
partes, y V. M. me hará merced de mandarme pagar este gasto que yo
hago, en cosas que se ofrecerán y V. M. fuére servido. Y porque
dentro de pocos días escribiré a V. M., no tengo de presente en
esta, más que decir, sino que la gente que conmigo ha venido,
trabaja con gran ánimo y voluntad que parece que
visiblemente Nuestro Señor los esfuerza y anima para ello,
de que yo tengo grandísimo contentamiento. Con los primeros 200
soldados, envié dos capitanes a tierra, que fué Juan de San
Vicente, hermano del capitán San Vicente, y Andrés López Patiño,
soldados viejos, y para que hiciesen una trinchea en el lugar más
cómodo en que se fortificasen y recogiese la gente que
desembarcase para se defender de los enemigos, si sobre ellos
viniesen; e hiciéronlo tan bien, que cuando yo desembarqué,
día de Nuestra Señora, a tomar la posesión de la tierra en nombre
de V. M., parecía que habían tenido un mes de espacio, y si
tuvieran palas, picazadones y cesorias de hierro, no lo pudieran
mejor hacer, aunque destos materiales no traemos ningunos, porque el
navío que los traía, no ha llegado.
Traigo herreros y hierro, para hacerlos hacer con brevedad y ansí lo
haré; y como desembarque, reconoceremos el lugar más cómodo
que nos pareciere para nos fortificar en él, porque a donde
estamos no lo es, y esto nos convendrá hacer con grandísima
brevedad, antes que los enemigos den con nosotros, que ocho días que
nos den de espacio, nos parece que lo haremos. Tengo nombrado por
mi Lugarteniente y Maestre de Campo, a Pedro Menéndez de
Valdés con quien tengo concertado casar una hija y a quien
V. M. hizo merced del hábito de Santiago, que contra mi
voluntad y abscondidamente se embarcó en Cádiz; es soldado de
Italia de cinco o seis años, criado en galeras, hombre de buen
entendimiento y seso, con quien la gente tiene todo
contentamiento. Y tengo nombrado por Sargento Mayor a Gonzalo de
Villarroel, buen soldado de buena casta y seso.
He
nombrado diez capitanes, toda gente de casta y confianza y los más
dellos, de experiencia y los que no la tienen tanta, aunque
son pocos, dádoles por Sargentos y Alférez, soldados de
Italia diestros en la guerra y cada compañía de 50 soldados, no
más; y venida la más gente, reformaré estas compañías de
infantería y caballería, porque conviene que haya poca gente en las
compañías, para las buenas disciplinas de los soldados, y que sepan
bien ejercitar las armas en poco tiempo y que los indios sean muy
bien tratados y que los capitanes se armen de arneses fuertes de
paciencia, para pasar los trabajos y de humildad y obediencia a su
General, y al que esto no hiciere y no se supiere dar maña para
ello, quitarle el cargo, y no por eso dejaré de honrarle, y no
siendo para estos trabajos, podrá entonces comer y dormir a pierna
tendida; y desta manera pienso gobernarme el tiempo que estuviere en
estas partes. Los capitanes nombrados son los siguientes: Bartolomé
Menéndez, mi hermano, Capitán ordinario de V. M. en la
mar; Juan de San Vicente, Andrés López Patiño, Diego de
Alvarado, Alonso de Medrano, Francisco de Recalde, Martín
Ochoa, Pedro de Larrandia, Díego de Amaya, Francisco de Mojica. A
Diego Flores de Valdés, he traído por Almirante desta Armada y
lo enviaré a La Habana dentro de tres días con las dos
chalupas, para que traiga el Armada que allí está, y venido que
sea, si trae los navíos de Asturias, tendré razonable recado de
hombres de mar, en especial donde es el Diego Flores de
Valdés y Esteban de las Alas y Pedro Menéndez Márquez, mi
sobrino, que cualquiera dellos es bastante para gobernar el Armada
de la mar; y en mi compañía traigo a Diego de Amaya, a
quien he dado compañía de infantería por ser hombre diestro y
general en todas cosas y gran marinero; trújelo de España por
piloto Mayor y ha servido muy bien; éste traeré siempre conmigo
en campo, con su compañía para las pasadas de los brazos
de los ríos y navegación de bergantines y bateles que
hemos de tener para navegar por el río y pasar el artillería y en
esto me ayudará mucho. También hay entre esta gente y la que ha
de venir de Vizcaya, muchos caballeros bisoños y otros buenos
soldados que con gran voluntad y amor, vienen a servir á V. M.
Convendrá que V. M. les escriba agradeciéndoles la jornada y
ofreciéndoles todo favor y merced, porque los animará a pasar con
más ánimo todos trabajos y peligros; y según esta tierra es
grande, lo más acertado será en su tiempo repartir, con el que
lo mereciere della, para que traiga sus deudos y parientes
y se plante el Evangelio con más fundamento de gente noble.
Convendrá que V. M. mande, que con cada caballo que yo
metiere con mis navíos en estas provincias, me den maíz
para el año primero, porque aunque no venga todo con los
mismos caballos, cada cuatro meses yo enviaré por él, y
para adelante, pasando el año, daré orden de sementeras y
maizales para que tengan acá que comer, porque en ninguna manera
conviene quitarlo a los indios porque no nos tomen enemistad,
antes nos convendrá dar de comer a los que no lo tuvieren
para que nos tengan amor y buena amistad. Siete o ocho leguas de
aquí, donde desembarqué a dos de septiembre a hablar a los indios
que nos dieron noticia que el puerto de los franceses estaba más al
Norte, hallamos grandes muestras de oro subido y bajó, que los
indios traían consigo colgado de las orejas y labios y brazos. No
consentí quitarles ninguno, porque no entendiesen que eran
nuestra codicia aquella, aunque a un soldado dieron un poquito
de más de 22 quilates. N. S. guarde y acreciente la Católica Real
Persona de V. M. con acrecentamiento de mayores Reinos y Señoríos
como la cristiandad lo ha menester y los criados de V. M. deseamos.
Destas provincias de la Florida, 11 de septiembre de 1565 años.-De
V. M. humilde criado que sus Reales manos besa, Pero Menéndez
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