ENTAMU

El último año del siglo XIX, vio la llegada de mi abuela a la vida, en el humilde y pescador barrio de Sabugo; vio la llegada de mi abuelo, que con su familia mirandina, desembarcó en el puerto de Santander, trasladándose a la Calle Nueva de Avilés. Llegaron a bordo del barco Alfonso XIII, procedentes de Santa Clara (Cuba), él apenas tenía tres años, sus padres no habían ido a hacer la Habana, habían ido de criados de unos señores de Galiana, y regresaron con cuatro reales, con los que abrieron el bar Casa la Rubia.

Cuento todo esto, porque mi abuela, es una de las mayores responsables de mi interés por la historia de nuestra villa; Sus historias sobre cosas acontecidas en la villa, como el hambre que pasaba en los principios del siglo XX, el vampiro de la Magdalena, el bar que poseía mi bisabuela, la fabrica de baldosas de mi abuelo, etc., me hicieron empezar a investigar sobre nuestro pasado. No es que mi abuela fuera una gran contadora de historias, pero recuerdo que a mediados de los años 80, cuando la televisión programaba la serie Raíces, esa serie hizo que empezará a interesarme por mis antepasados, ¿quiénes eran? ¿cómo vivían? ¿de donde procedían?, ahí empezaron las preguntas a mi abuela, de sus respuestas salieron nombres como Gertrudis, Benita, el Sargento “Pates”, Pepe “El Cristo”, etc. Veinte años más tarde, me regalaron un libro: “Avilés Memoria Gráfica”, cientos de fotografías del Avilés de primeros del siglo veinte. En ese momento renació mi interés por nuestro pasado, pero no solamente por mis ancestros. Esas imágenes hicieron que retomará con fuerza la realización de mi árbol genealógico, pero también mi interés por lo que es toda la historia de nuestra, villa milenaria.

jueves, 18 de enero de 2018

EPIDEMIAS EN AVILES A MEDIADOS DEL SIGLO XIX

Las fiebres tercianas y el cólera morbo 

Hacia  mediados  del  Siglo  XIX,  allá  por  la  década  de  los  años  50,  Avilés despertaba  del  secular letargo en que había quedado sumida la villa, trás el auge alcanzado en la Edad Media como puerto abastecedor de Uvieu.

 Su postración comenzaba a desvanecerse merced al considerable progreso industrial que supuso la instalación de los telares, la fábrica de vidrios, los curtidos, la azucarera y el desenvolvimiento de las empresas navieras.

 La realidad de este progreso es puesta de manifiesto por el aumento de habitantes. Según el censo de población de 1812, la Villa y sus parroquias contaban entonces con 1227 almas, 43 años después en  1855,  habían  pasado  a  ser  6.130,  y  en  los  años  60,  pese  a  los  reveses  demográficos  de  las epidemias, unos 8000.

 El antiguo recinto amurallado y fortificado, cargado del antañón lustre de los privilegios reales, de sus preciados hijos y de las hazañas gloriosas de su historia, había ya roto el apretado cerco de su caparazón medieval, extendiéndose por la suave colina arbolada que surcaba el cristalino cauce de las aguas de "alvar-paraíso", hacia el cierro del  Carbayedo, a la sombra de cuyos frondosos robles se  levantaba  la  centenaria  ermita  de  San  Roque,  y  por  las  orillas  del  río  de  Tamón y  de  La Magdalena,  por  el  arrabal  de  Rivero,  donde  estaba  la  Capilla  del  Cristo.  El  pueblo  marinero  de Sabugo arremolinaba  sus  humildes  casucas  en  torno  a  la  Iglesia,  sobre  el  pequeño  promontorio bañado, en sus pies, por las aguas de la Ribera en la margen de allá del Tuluergo.

 Los viejos conventos que, con el tañer de las campanas de sus torres y espadañas, habían saludado el clarear de tantos amaneceres, mostraban las arrugas y cicatrices del paso del tiempo y algunos, como el de La Merced, que emergía majestuoso al borde de las marismas del Campo del Faraón y el de  las  Bernardas,  cuyo  claustro  recoleto  había  ofrecido  su  calma  a  tantas  ilustres  damas,  serían barridos de cuajo de la fisonomía de la ciudad, con tan desaprensiva prisa como también lo fueron otros  arcaicos  vestigios  vinculados  a  las  pasadas  glorias,  tales  como  las  murallas,  el  castillo,  el alcázar  y  la  torre,  tenidos,  por  la  miópe  apreciación  de  los  políticos  de  entonces,  como  signos abominables  de  vasallaje.  Estos  devastadores  criterios  aniquilaron  por  completo  la  estructura medieval del recinto de la antigua y noble Villa, todo su asentamiento de casco urbano de singulares calles porticadas con su específico y peculiar tipo de viviendas, de las que apenas subsisten algunas muestras. De haberse conservado aquel conjunto, sin duda constituiria hoy un valioso y admirable patrimonio.

 Con  independencia  de  estas  evocadoras  consideraciones  sobre  lo  irremediable,  y  refiriéndose  al citado  año  de  1855,  de  tan  tristes  resonancias  para  la  historia  de  Avilés,  como  luego  veremos, sabemos que una de las preocupaciones del  gobierno municipal  de  aquella  época  la constituia  el estado ruinoso que ofrecía el ex-convento de La Merced y también la situación no menos precaria del  puente de San Sebastián, que demandaba  urgentes obras  de conservación, en las  que  estaban interesados los Concejos de Xixón, Carreño y Gozón por la influencia y repercusión que tenían en sus comunicaciones.

Los vecinos de la Calle de la Ferrería "una de las vías públicas más concurridas" protestaban por el  mal  olor  de  las  aguas  estancadas  en  las  pipoas  que,  para  el  abastecimiento  de  los  barcos,  se situaban  en  las  inmediaciones  de  los  caños  de  San  Nicolás,  por  lo  que  se  prohibió  tal abastecimiento.  Los  capitanes  de  los  buques  acudieron  en  queja  al  Gobernador,  más  el Ayuntamiento mantuvo con firmeza su decisión, argumentando entre los fundamentos de la misma "que la mucha pendiente de la calle suponía un inminente riesgo de que pudieran arrollarse y causar perjuicios".

 El  organista  de  la  parroquia,  que  ostentaba  el  "sonoro"  nombre  de  Juan  González  Cabrón,  tenía sueldo  del  Ayuntamiento  que,  a  tal  fín,  recaudaba  los  fondos  con  las  rentas  que  le  producía  el alquiler  de  la  tienda  de  don  Manuel  Fernández  Canel,  en  el  bajo  de  las  consistoriales;  por  el contrario, el sacristán de Don Bonifacio Gutierrez Pumarino, que pedía que en razón de su cargo se le dotase con un real diario, vió desestimada su pretensión "por falta de recursos" seún se dice en el acuerdo. Otro de 27 de Junio decide denominar la antigua  calzada de Las Aceñas,  Calle de la Muralla,  "participándose  así  al  vecindario  para  su  conocimiento  y  efectos".  Si  bien  estas pinceladas, nos desvelan algunos rasgos de la vida de aquel Avilés, tan distinto, pese a pertenecer a un  período  de  nuestra  historia  próxima,  con  frecuencia  olvidada  por  el  afán  de  remotas disquisiciones,  lo que  queremos  destacar  son  aquellos  sucesos  que  en  el año  a  que  nos venimos refiriendo, descargaron sus terribles consecuencias sobre los habitantes de la tranquila villa, como oponiéndose despiadadamente a su resurgimiento.
 
 La población aterrada por el tabardillo 

 Dos enfermedades epidémicas reiteraban por entonces sus mortíferos efectos en la población, que sobrecogida  y  aterrada,  esperaba  con  resignación  el  resultado  de  sus  fatales  consecuencias;  las fiebres tercianas y el cólera morbo. Las primeras, también denominadas por algunos "tabardillo" se presentaba con estados febriles que se  reiteraban con virulencia cada tercer  día, al enfermo  se le prescribían baños de agua fria en los momentos álgidos de la calentura, "para hacer descender las fiebres evitando, con ello que se debilite el corazón", según las normas terapéuticas de la época. En realidad no erán otra cosa que unas fiebres tifoideas propagadas con carácter endémico como consecuencia de las marismas y terrenos cenagosos, abundantes en los alrededores y la falta de los más elementales servicios de higiene. Un acuerdo municipal de 7 de septiembre de 1855, se expresa en estos términos:

 "Por ser necesario para  la salud  y la salubridad  pública se  acuerda invitar a los dueños  de casas para que contribuyan al costo de la construcción de conductos maestros, y también se acuerda construir lugares excusados públicos en los puntos donde mejor convenga"

 Ello nos revela como era la situación sanitaria e higiénica de entonces. Posteriormente el vertido de las alcantarillas en las aguas de la ría, donde se llevaban a cabo las faenas de limpieza de pescado, lavado de tablas y cajas, etc, etc, siguieron contribuyendo a la persistencia del mal hasta tiempos recientes: en 1927 un virulento brote causó una terrible mortandad y aún en los pasados años 50, cuantas personas llegaban a Avilés, como consecuencia de la expansión industrial operada entonces, dificilmente  se  libraban  del  tifus,  si  bien  entonces  la  "cloromitecina"  constituia  ya  un  eficaz remedio.

Los  "profesores  de  cirugía  y  medicina"  que  por  aquellos  años  integraban  la  nómina  del  partido judicial, luchadores infatigables contra aquellos males, eran los siguientes: con residencia en Avilés, don Telesforo de Rivera y Ríos, don Gregorio Cuesta y Balín y don Gregorio de Zaldúa y García; el médico  licenciado  en  medicina  don  Antonio  Bellmunt  y  el  cirujano  de  tercera  clase  don  José Antonio Monroy. En Luanco el doctor cirujano don Dionisio Arruti y el licenciado en medicina don Felix Cors y Pérez; en Soto del Barco, el cirujano de tercera clase don Antonio Muñíz y Arroyo; en el Castillo, Riveras, el de igual clase don Gregorio González  Suárez y en  Cancienes don Ignacio Cueto, también cirujano de tercera. 

Se tenía el criterio de que el microbio, causante de las fiebres, se escondía en la piedra, por lo que una  orden  de  sanidad  mando  encalar  todas  las  piedras  de  las  casas  e  iglesias,  ejecutándose  lo ordenado con tan estricta severidad y rigor que se pintó de cal la pila bautismal de la Parroquia de San Nicolás.

 El año de 1855 se inicia con un brote epidémico de "fiebres tercianas", por los partes médicos del mes  de  enero  sabemos  que  las  personas  afectadas  fueron  1.067,  más  de  una  sexta  parte  de  la población  y  los  fallecimientos  fueron  los  siguientes:  en  La  Magdalena,  40  en  Molleda,  96  en Sabugo, y 299 en San Nicolás y su hijuela de Santo Domingo de Miranda; en total 442 víctimas que llevaron el luto a casi todas las familias, ya que suponían un 8% de la población. pero no sería este el único azote que se  habría de padecer en este triste año,  pues el cólera morbo asiático por dos veces consecutivas haría sentir sus estragos.

 Por aquellos mismos días, la temida epidémia del cólera invadía Uvieu y los avilesinos, pese a su triste situación, como consecuencia de las tercianas, hicieron patente una vez más su generosidad en el auxilio de la capital. 

Consta en el Ayuntamiento el testimonio de gratitud del Gobernador Civil por el desprendimiento de los vecinos de la Villa al contribuir a remediar, en su descracia, a los de Uvieu, destacándose los donativos de los Sres Marqueses de Ferrera, don Benito Maqua, don Adolfo de Soigne y el Director de la Real Compañía Asturiana de Minas que ascendieron a la suma de 8.946 reales y 33 milésimas.

 El cólera morbo 

La gravísima enfermedad denominada cólera morbo asiático se presentaba afectando al estómago y los intestinos, originando vómitos y violentas deposiciones, con subida de fiebre, gran abatimiento físico y vertiginosa aceleración  del pulso que se debilita; opresión en el pecho, frío  y coloración azulada del rostro y las extremidades, dolorosos calambres y finalmente un inconsciente sopor hasta que la parálisis del corazón determina la muerte. 

En la sesión municipal del 31 de Enero,  el  Sr. Núñez  que  por  enfermedad  del  alcalde  preside el Consistorio, propone:

 "Que por cuanto desde que  se anunció por el Gobierno de la Provincia, la desaparición  del terrible azote del cólera morbo en la Capital de Uvieu, van transcurridos más de veinte días sin que se hiciesen sentir sus lamentables efectos en esta Villa y Concejo, se está en el caso de anunciar al pueblo el sincero deseo de postrarse ante el Dios de las Misericordias, para darle humildes  gracias  por  habernos  librado  de  días  de  luto  y  consternación.  Por  tan  señalada merced, bien puede celebrarse una solemne función religiosa en nuestra Iglesia Parroquial de San  Nicolás,  con  asistencia  de  todo  el  clero  del  concejo,  autoridades  civiles  y  militares  y vecinos del mismo..."

 Se recaudaron con este fín 2.096 reales con los que se pagaron 228, "por los gastos de cera y demás ocurridos en la iglesia, "en la función de gracias al Todopoderoso del 15 de Abril, por habernos librado  del  cólera"  y  otros  700  reales  se  invirtieron  "en  pan  cocido,  dado  de  limosna  a  los pobres"

 Apenás habían transcurrido cuatro meses cuando el 28 de Agosto, día de  San Agustín, se reúne en Avilés la Junta de Sanidad, bajo la presidencia de don Antonio Romero Ortíz, Gobernador Civil de la  Provincia  y  se  toman  medidas,  "para  el  supuesto  de  que  se  declare  la  epidémia  del  cólera morbo asiático, que amenaza la  Comarca, debiendo estar prevenidos para ello, allegando los necesarios recursos, especilmente ropas de cama, para atender las necesidades y viendo los fondos de que pudiera disponer el Ayuntamiento; dividiéndose la población en distritos con propia junta en cada uno de ellos para prestar así un mejor servicio y atención.

También se resuelve respecto alos servicios médicos precisos, ya que por aquellos días de los cuatro médicos residentes en la Villa sólo quedaba uno, Don Telesforo Rivera había sido amonestado por el Ayuntamiento por su demora en la presentación de partes durante la epidémia de tercianas; lo que debió de molestarle y presentó la dimisión; don José Antonio Monroy había sido autorizado pàra trasladarse a ultramar y Don Antonio Bellmunt había también cesado, no se sabe si por jubilación o por fallecimiento; por otra parte, el facultativo  Cancienes, de residencia más próxima, don Ignacio Cueto,  "era  de  tan  avanzada  edad  que  no  se  podía  contar con  sus  servicios,  de  manera  que únicamente quedaba Don Gregorio Cuesta, por lo que la Junta de Saidad estimó: "por mucha que sea su buena voluntad, el único titular, no podrá atender u obligación, como fuera debido, por lo que habrán de contratarse los servicios de otro profesor facultativo, designándose para este segundo puesto al doctor cirujano don Gregorio de Zaldúa y García, con la dotación de 5000 reales  al  año".  Los  dos  Gregorios  habrían  de  ser  los  esforzados  héroes  en  la  lucha  contra  la terrible epidémia.

 En la misma reunión a que nos venimos refiriendo deniega la pretensión del nuevo Administrador de  rentas  de  la  Villa  para  continuar  con  las  oficinas  en  el  piso  segundo  del  ex-convento  de  La Merced, en razón de ser los locales más apropiados para instalar el Hospital de Coléricos, y por una Real Orden de la misma fecha, se prohiben las exequias de cuerpo presente, lo que se participa a los Sres Curas Párrocos del Concejo para su puntual cumplimiento.

 Se conservan detallados partes especificando lo aportando por el vecindario de los distintos barrios y calles, a fín de dotar el hospital de coléricos de ropas y enseres, que tienen un gran interés por cuanto nos desvelan el asentamiento de los vecinos, pero que omitimos por lo extenso que sería su enumeración.  de  entre  las  aportaciones  económicas  recibidas  de  quienes  residían  fuera,  cabe destacar, desde Madrid, la de Don Guillermo Schultz, de 300 reales; desde Á Coruña, las de Don José y Don Froilán Arias de 1500; desde segovia, la del Coronel de Artillería don José Solís, de 276 reales, y desde París las de Don Crescencio Zaldúa de 320 reales y la de Don Ramón Valdés de Biesca de 1000 reales. De entre los vecinos, las de una "persona devota que oculta su nombre" de 5000 reales, el Conde de Revillagigedo con 1000 reales, don Benito Maqua con 2000 reales, don Bartolomé Menéndez de Luarca con 1500 reales y el Marqués de Ferrera com 3000 reales.

Con terrible ansiedad y zozobra, transcurrían los días finales de aquel verano, en resignada espera de los terribles acontecimientos que se presentían.

 El Ayuntamiento se constituye en sesión permanente

 El  día  1º  de  septiembre,  la  Junta  de  Sanidad  da  cuenta  de  la  existencia  de  cólera  en  Tazones, Ribadesella y Vega de Ribadeo, extremándose las medidas de control en transportes y viajeros, las normas de higiene y dietas de alimentos y sobre todo controlando las tripulaciones de los barcos que arribaban a puerto. Al día siguiente, la Junta designa Director del Hospital de Coléricos al teniente Coronelk de Artillería retirado don Antonio Carbajal, que habría de prestar beneméritos servicios al frente del mismo y se designaron también los Comisionados para cada uno de los distritos, siendo los correspondientes al casco de la población, los siguientes:  Galiana, don Manuel de Prada y don Bernardo  González  Carbajal;  Rivero,  don  Antonio  García  Barbón  y  don  Antonio  de  la  Campa; Ferrería, don Francisco Robés Quevedo y don Hermenegildo Suárez Solís; La Cámara, don Genaro de Prada y Don Bonifacio de las Alas, y Sabugo, don Bruno Villa del rey y D. Ramón Troncoso.

 El  parte  médico  correspondiente  al  día  6  de  septiembre  dice  así:  "desde  el  pasado  día  2,  se observan algunos cólicos, que sin poder nominarlos, cólera morbo asiático, ofrecen síntomas y carácteres sospechosos"

 Sólo seís días después el tenor literal del parte médico, manifiesta prácticamente: "hoy, poseídos del mayor sentimiento,  cumplimos  el  triste  deber de decie a  V.S.,  para los fines  que  juzgue conveniente,  haberse  presentado  casos  bien  caracterizados  de  cólera  morbo  con  carácter epidémico"

 A partir de entonces, el Ayuntamiento y la Junta de Sanidad se constituyen en  sesión permanente las  24 horas del  día.  El  libro  de  partes en el  que se  van  dando  los  pormenores  de  los dolorosos estragos  de  la  epidemia  nos  traen  a  la  memoria  las  terribles  escenas  que,  con  pluma  maestra, describe Manzoni, en su inmortal novela "Los Novios".

 El  cementerio,  situado  en  los  terrenos  que  hoy  ocupa  el  ruinoso  lavadero  de  la  Calle  González Abarca y los edificios que fueron de Hidroeléctrica, denominados anteriormente fábrica de la luz, estaba  de  servicio  continuo;  las  calles  desiertas  eran  únicamente  transitadas  por  los  presurosos cortejos fúnebres y por el acarreo de enfermos al hospital, se prohibió el toque de campanas y una gran parte de la población, que contaba con recursos para ello, cerraron sus casas y se trasladaron a otros lugares.

 Así soportaba  Avilés el terrible azote, que por dos veces sembró el pánico y la muerte, la primera entre el 6 de septiembre y el 20 de octubre; la segunda entre el 3 de noviembre y el 24 del mismo mes de aquel año terrible.

 Por los partes relativos al primer periodo, sabemos que resultaron invadidos por la enfermedad 150 hombres, 331 mujeres y 33 niños, en total 514 personas, de una población real que en aquellos días no alcanzaba las 3000 almas, de los afectados se curaron 102 hombres,  247 mujeres y 22 niños, siendo, consiguientemente, los fallecidos, 47 hombres, 83 mujeres y 11 niños, en total 141 personas, a  las  que  han  de  sumarse  los  18  fallecidos,  en  el  mismo  periódo  en  el  Hospital  de  Caridad  al complicarles la epidemia otras dolencias que ya tenían.

En  el  segundo  período  se  contabilizan  265  invadidos  de  los  que  curaron  142,  falleciendo  123 personas, más otras 15 que en dicho período murieron en el hospital de coléricos.

 De  estas  lúgrubes estadísticas  podemos  concluir  que  la  epidemia,  en  sus  dos  fases,  afectó  a  812 personas,  que venían  a representar un 27%  de los habitantes,  siendo los fallecidos en  número de 297, un 36% de los afectados y casi un 10% de la población.

 El  parte  correspondiente  al  4  de  octubre  dice:  "la  epidemia  disminuye  desde  el  día  1º,  habiendo alcanzado su mayor virulencia entre los días 12 y 20 del pasado septiembre."

 En la sesión del Ayuntamiento del día 11 siguiente, se acuerda señalar el jueves día 18,  si no hay repetición de casos, para que tenga lugar el Te Deum de acción de gracias. Posteriormente se trasladó la fecha al domingo 21 a las 12 del mediodía, con asistencia de la milicia nacional, a la que se le facilitará pólvora para dos cargas, una al exponer al Santísimo y otra al reservarlo, pero el tres de noviembre se recrudecía de nuevo la epidemia que, como ya hemos indicado, persistiría hasta finales de mes, cobrándose de nuevo vidas.

 A mediados  de  diciembre,  parece,  por  fín,  desterrado,  definitivamente  el  mal.  El  boticario  don Tomás Córdoba remite al Ayuntamiento la relación de recetas despachadas para atenciones médicas de los enfermos y una vez más se convoca en domingo, en la Iglesia Parroquial de San Nicolás, " al solemne te deum al Todopoderoso, por haber desaparecido la enfermedad del cólera, con que, por segunda vez, fue afligida la Villa", según dice en el acuerdo municipal que testimonia y patentiza la claridad  con  que  nuestros  antepasados  sabían  que  no  eran  dueños  de  sus  vidas,  y  como  aquella población, angustiada y abatida, buscaba consuelo en el refugio de la fé.

Para  hacer  frente  alos  cuantiosos  gastos,  la  Diputación  Provincial  puso  a  disposición  del Ayuntamiento  4000  reales;  el  Sr  Obispo  de  la  Diócesis  2000  y  el  secretario  del  Gobierno  de  la Provincia trajo personalmente 6000 reales.

 Transcurridos  estos  días  trágicos,  de  tan  triste  período  de  la  historia  de  nuestra  Villa,  que  no  se libraría de otros brotes de cólera, aunque no de tanta intensidad, 15 años más tarde hemos de hacer mención a las muestras de reconocimiento y gratitud del pueblo y de la Corporación Municipal, a todos cuantos se esforzaron y distinguieron en la lucha contra la enfermedad. En este sentido, se reiteran los acuerdos, ya en 28 de noviembre se resuelve:

 "Por  los  humanitarios  servicios  prestados  por el  sr.  Director de  la  Compañía  Asturiana  de Minas  de  Arnao  y  por el  Director  del  Hospital  de  Coléricos,  don  Antonio  Carbajal,  en  los aciagos días en que sufrió esta población los rigores del cólera, se acuerda tributarles un voto de gracia en lso términos más atentos y expresivos..."

Y más adelante se dice:

"Vistos los estados de invadidos, curados y muertos por el cólera que presentan los doctores don Gregorio Cuesta y don Gregorio Zaldúa, expresando el sentimiento de haber visto tantas víctimas sin que fuera posible sanarlas, por más medios que han puesto y sus mejores deseos. El Ayuntamiento lamenta como ellos aquellas desgracias, si bien tiene la convicción de que se ha  hecho  cuanto  fue  posible  para  evitarlo,  por  lo  que  les  tributa  las  gracias,  a  la  vez  que quisiera  darles  una  prueba  del  alto  precio  en  que  tienen  sus  servicios,  además  de  la recomendación que se merecen al gobierno de S.M"

 La Comisión de Recompensas, entre otras distinciones acuerda, remunerar al Alcalde Pedáneo de galiana, Don manuel Ovies, y dem´ñas personas que prestaron servicios en las dos invasiones de cólera, y el Ayuntamiento por resolución del 9 de Febrero de 1856 acuerda:

 "Entregar a los médicos titulares, Sres de la Cuesta y Zaldúa, los dos bastones con puño de oro  y las  inciales  de  sus  nombres  y apellidos,  que  la  Comisión  de  Recompensas encargó  en madrid,  y  que  costaron  3000  reales,  cuyos  bastones  se  acompañarán  con  atentas comunicaciones, reiterándoles en nombre del Ayuntamiento las gracias por sus servicios en la epidemia de cólera morbo.

 Los vecinos de la Villa y  Sabugo en agradecimiento por haber sobrevivido a las víctimas que hizo  el  cólera,  organizan  una  función  religiosa,  a  la  que  se  suma  la  Corporación  Municipal facilitando 200 reales para ayuda de los gastos que con ello se originen, y también el Ayuntamiento, el 13 de Febrero, nombra una Comisión para que se entreviste con los Párrocos a fin de organizar un funeral por los pobres fallecidos, al igual que también lo hace la Junta de Cementerios. Con este fín Don Féliz  Ochoa hace donación de un catafalco para  las hónras fúnebres, señalándose por el Municipio las tarifas para su utilización: los entierros de primera clase, 100 reales; los de segunda,  80 reales; y los de tercera 10 reales.

Bibliografía: Revista del Bollo porJusto Ureña y Hevia. Año 1987

1 comentario:

  1. hola, soy descendiente/pariente de algunas de estas personas, podría citar este artículo como fuente en mi árbol genealógico? Gracias

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