Las fiebres tercianas y el cólera morbo
Hacia mediados del Siglo XIX, allá por la década de los años 50, Avilés despertaba del secular letargo en que había quedado sumida la villa, trás el auge alcanzado en la Edad Media como puerto abastecedor de Uvieu.
Su postración comenzaba a desvanecerse merced al considerable progreso industrial que supuso la instalación de los telares, la fábrica de vidrios, los curtidos, la azucarera y el desenvolvimiento de las empresas navieras.
La realidad de este progreso es puesta de manifiesto por el aumento de habitantes. Según el censo de población de 1812, la Villa y sus parroquias contaban entonces con 1227 almas, 43 años después en 1855, habían pasado a ser 6.130, y en los años 60, pese a los reveses demográficos de las epidemias, unos 8000.
El antiguo recinto amurallado y fortificado, cargado del antañón lustre de los privilegios reales, de sus preciados hijos y de las hazañas gloriosas de su historia, había ya roto el apretado cerco de su caparazón medieval, extendiéndose por la suave colina arbolada que surcaba el cristalino cauce de las aguas de "alvar-paraíso", hacia el cierro del Carbayedo, a la sombra de cuyos frondosos robles se levantaba la centenaria ermita de San Roque, y por las orillas del río de Tamón y de La Magdalena, por el arrabal de Rivero, donde estaba la Capilla del Cristo. El pueblo marinero de Sabugo arremolinaba sus humildes casucas en torno a la Iglesia, sobre el pequeño promontorio bañado, en sus pies, por las aguas de la Ribera en la margen de allá del Tuluergo.
Los viejos conventos que, con el tañer de las campanas de sus torres y espadañas, habían saludado el clarear de tantos amaneceres, mostraban las arrugas y cicatrices del paso del tiempo y algunos, como el de La Merced, que emergía majestuoso al borde de las marismas del Campo del Faraón y el de las Bernardas, cuyo claustro recoleto había ofrecido su calma a tantas ilustres damas, serían barridos de cuajo de la fisonomía de la ciudad, con tan desaprensiva prisa como también lo fueron otros arcaicos vestigios vinculados a las pasadas glorias, tales como las murallas, el castillo, el alcázar y la torre, tenidos, por la miópe apreciación de los políticos de entonces, como signos abominables de vasallaje. Estos devastadores criterios aniquilaron por completo la estructura medieval del recinto de la antigua y noble Villa, todo su asentamiento de casco urbano de singulares calles porticadas con su específico y peculiar tipo de viviendas, de las que apenas subsisten algunas muestras. De haberse conservado aquel conjunto, sin duda constituiria hoy un valioso y admirable patrimonio.
Con independencia de estas evocadoras consideraciones sobre lo irremediable, y refiriéndose al citado año de 1855, de tan tristes resonancias para la historia de Avilés, como luego veremos, sabemos que una de las preocupaciones del gobierno municipal de aquella época la constituia el estado ruinoso que ofrecía el ex-convento de La Merced y también la situación no menos precaria del puente de San Sebastián, que demandaba urgentes obras de conservación, en las que estaban interesados los Concejos de Xixón, Carreño y Gozón por la influencia y repercusión que tenían en sus comunicaciones.
Los vecinos de la Calle de la Ferrería "una de las vías públicas más concurridas" protestaban por el mal olor de las aguas estancadas en las pipoas que, para el abastecimiento de los barcos, se situaban en las inmediaciones de los caños de San Nicolás, por lo que se prohibió tal abastecimiento. Los capitanes de los buques acudieron en queja al Gobernador, más el Ayuntamiento mantuvo con firmeza su decisión, argumentando entre los fundamentos de la misma "que la mucha pendiente de la calle suponía un inminente riesgo de que pudieran arrollarse y causar perjuicios".
El organista de la parroquia, que ostentaba el "sonoro" nombre de Juan González Cabrón, tenía sueldo del Ayuntamiento que, a tal fín, recaudaba los fondos con las rentas que le producía el alquiler de la tienda de don Manuel Fernández Canel, en el bajo de las consistoriales; por el contrario, el sacristán de Don Bonifacio Gutierrez Pumarino, que pedía que en razón de su cargo se le dotase con un real diario, vió desestimada su pretensión "por falta de recursos" seún se dice en el acuerdo. Otro de 27 de Junio decide denominar la antigua calzada de Las Aceñas, Calle de la Muralla, "participándose así al vecindario para su conocimiento y efectos". Si bien estas pinceladas, nos desvelan algunos rasgos de la vida de aquel Avilés, tan distinto, pese a pertenecer a un período de nuestra historia próxima, con frecuencia olvidada por el afán de remotas disquisiciones, lo que queremos destacar son aquellos sucesos que en el año a que nos venimos refiriendo, descargaron sus terribles consecuencias sobre los habitantes de la tranquila villa, como oponiéndose despiadadamente a su resurgimiento.
La población aterrada por el tabardillo
Dos enfermedades epidémicas reiteraban por entonces sus mortíferos efectos en la población, que sobrecogida y aterrada, esperaba con resignación el resultado de sus fatales consecuencias; las fiebres tercianas y el cólera morbo. Las primeras, también denominadas por algunos "tabardillo" se presentaba con estados febriles que se reiteraban con virulencia cada tercer día, al enfermo se le prescribían baños de agua fria en los momentos álgidos de la calentura, "para hacer descender las fiebres evitando, con ello que se debilite el corazón", según las normas terapéuticas de la época. En realidad no erán otra cosa que unas fiebres tifoideas propagadas con carácter endémico como consecuencia de las marismas y terrenos cenagosos, abundantes en los alrededores y la falta de los más elementales servicios de higiene. Un acuerdo municipal de 7 de septiembre de 1855, se expresa en estos términos:
"Por ser necesario para la salud y la salubridad pública se acuerda invitar a los dueños de casas para que contribuyan al costo de la construcción de conductos maestros, y también se acuerda construir lugares excusados públicos en los puntos donde mejor convenga"
Ello nos revela como era la situación sanitaria e higiénica de entonces. Posteriormente el vertido de las alcantarillas en las aguas de la ría, donde se llevaban a cabo las faenas de limpieza de pescado, lavado de tablas y cajas, etc, etc, siguieron contribuyendo a la persistencia del mal hasta tiempos recientes: en 1927 un virulento brote causó una terrible mortandad y aún en los pasados años 50, cuantas personas llegaban a Avilés, como consecuencia de la expansión industrial operada entonces, dificilmente se libraban del tifus, si bien entonces la "cloromitecina" constituia ya un eficaz remedio.
Los "profesores de cirugía y medicina" que por aquellos años integraban la nómina del partido judicial, luchadores infatigables contra aquellos males, eran los siguientes: con residencia en Avilés, don Telesforo de Rivera y Ríos, don Gregorio Cuesta y Balín y don Gregorio de Zaldúa y García; el médico licenciado en medicina don Antonio Bellmunt y el cirujano de tercera clase don José Antonio Monroy. En Luanco el doctor cirujano don Dionisio Arruti y el licenciado en medicina don Felix Cors y Pérez; en Soto del Barco, el cirujano de tercera clase don Antonio Muñíz y Arroyo; en el Castillo, Riveras, el de igual clase don Gregorio González Suárez y en Cancienes don Ignacio Cueto, también cirujano de tercera.
Se tenía el criterio de que el microbio, causante de las fiebres, se escondía en la piedra, por lo que una orden de sanidad mando encalar todas las piedras de las casas e iglesias, ejecutándose lo ordenado con tan estricta severidad y rigor que se pintó de cal la pila bautismal de la Parroquia de San Nicolás.
El año de 1855 se inicia con un brote epidémico de "fiebres tercianas", por los partes médicos del mes de enero sabemos que las personas afectadas fueron 1.067, más de una sexta parte de la población y los fallecimientos fueron los siguientes: en La Magdalena, 40 en Molleda, 96 en Sabugo, y 299 en San Nicolás y su hijuela de Santo Domingo de Miranda; en total 442 víctimas que llevaron el luto a casi todas las familias, ya que suponían un 8% de la población. pero no sería este el único azote que se habría de padecer en este triste año, pues el cólera morbo asiático por dos veces consecutivas haría sentir sus estragos.
Por aquellos mismos días, la temida epidémia del cólera invadía Uvieu y los avilesinos, pese a su triste situación, como consecuencia de las tercianas, hicieron patente una vez más su generosidad en el auxilio de la capital.
Consta en el Ayuntamiento el testimonio de gratitud del Gobernador Civil por el desprendimiento de los vecinos de la Villa al contribuir a remediar, en su descracia, a los de Uvieu, destacándose los donativos de los Sres Marqueses de Ferrera, don Benito Maqua, don Adolfo de Soigne y el Director de la Real Compañía Asturiana de Minas que ascendieron a la suma de 8.946 reales y 33 milésimas.
El cólera morbo
La gravísima enfermedad denominada cólera morbo asiático se presentaba afectando al estómago y los intestinos, originando vómitos y violentas deposiciones, con subida de fiebre, gran abatimiento físico y vertiginosa aceleración del pulso que se debilita; opresión en el pecho, frío y coloración azulada del rostro y las extremidades, dolorosos calambres y finalmente un inconsciente sopor hasta que la parálisis del corazón determina la muerte.
En la sesión municipal del 31 de Enero, el Sr. Núñez que por enfermedad del alcalde preside el Consistorio, propone:
"Que por cuanto desde que se anunció por el Gobierno de la Provincia, la desaparición del terrible azote del cólera morbo en la Capital de Uvieu, van transcurridos más de veinte días sin que se hiciesen sentir sus lamentables efectos en esta Villa y Concejo, se está en el caso de anunciar al pueblo el sincero deseo de postrarse ante el Dios de las Misericordias, para darle humildes gracias por habernos librado de días de luto y consternación. Por tan señalada merced, bien puede celebrarse una solemne función religiosa en nuestra Iglesia Parroquial de San Nicolás, con asistencia de todo el clero del concejo, autoridades civiles y militares y vecinos del mismo..."
Se recaudaron con este fín 2.096 reales con los que se pagaron 228, "por los gastos de cera y demás ocurridos en la iglesia, "en la función de gracias al Todopoderoso del 15 de Abril, por habernos librado del cólera" y otros 700 reales se invirtieron "en pan cocido, dado de limosna a los pobres"
Apenás habían transcurrido cuatro meses cuando el 28 de Agosto, día de San Agustín, se reúne en Avilés la Junta de Sanidad, bajo la presidencia de don Antonio Romero Ortíz, Gobernador Civil de la Provincia y se toman medidas, "para el supuesto de que se declare la epidémia del cólera morbo asiático, que amenaza la Comarca, debiendo estar prevenidos para ello, allegando los necesarios recursos, especilmente ropas de cama, para atender las necesidades y viendo los fondos de que pudiera disponer el Ayuntamiento; dividiéndose la población en distritos con propia junta en cada uno de ellos para prestar así un mejor servicio y atención.
También se resuelve respecto alos servicios médicos precisos, ya que por aquellos días de los cuatro médicos residentes en la Villa sólo quedaba uno, Don Telesforo Rivera había sido amonestado por el Ayuntamiento por su demora en la presentación de partes durante la epidémia de tercianas; lo que debió de molestarle y presentó la dimisión; don José Antonio Monroy había sido autorizado pàra trasladarse a ultramar y Don Antonio Bellmunt había también cesado, no se sabe si por jubilación o por fallecimiento; por otra parte, el facultativo Cancienes, de residencia más próxima, don Ignacio Cueto, "era de tan avanzada edad que no se podía contar con sus servicios, de manera que únicamente quedaba Don Gregorio Cuesta, por lo que la Junta de Saidad estimó: "por mucha que sea su buena voluntad, el único titular, no podrá atender u obligación, como fuera debido, por lo que habrán de contratarse los servicios de otro profesor facultativo, designándose para este segundo puesto al doctor cirujano don Gregorio de Zaldúa y García, con la dotación de 5000 reales al año". Los dos Gregorios habrían de ser los esforzados héroes en la lucha contra la terrible epidémia.
En la misma reunión a que nos venimos refiriendo deniega la pretensión del nuevo Administrador de rentas de la Villa para continuar con las oficinas en el piso segundo del ex-convento de La Merced, en razón de ser los locales más apropiados para instalar el Hospital de Coléricos, y por una Real Orden de la misma fecha, se prohiben las exequias de cuerpo presente, lo que se participa a los Sres Curas Párrocos del Concejo para su puntual cumplimiento.
Se conservan detallados partes especificando lo aportando por el vecindario de los distintos barrios y calles, a fín de dotar el hospital de coléricos de ropas y enseres, que tienen un gran interés por cuanto nos desvelan el asentamiento de los vecinos, pero que omitimos por lo extenso que sería su enumeración. de entre las aportaciones económicas recibidas de quienes residían fuera, cabe destacar, desde Madrid, la de Don Guillermo Schultz, de 300 reales; desde Á Coruña, las de Don José y Don Froilán Arias de 1500; desde segovia, la del Coronel de Artillería don José Solís, de 276 reales, y desde París las de Don Crescencio Zaldúa de 320 reales y la de Don Ramón Valdés de Biesca de 1000 reales. De entre los vecinos, las de una "persona devota que oculta su nombre" de 5000 reales, el Conde de Revillagigedo con 1000 reales, don Benito Maqua con 2000 reales, don Bartolomé Menéndez de Luarca con 1500 reales y el Marqués de Ferrera com 3000 reales.
Con terrible ansiedad y zozobra, transcurrían los días finales de aquel verano, en resignada espera de los terribles acontecimientos que se presentían.
El Ayuntamiento se constituye en sesión permanente
El día 1º de septiembre, la Junta de Sanidad da cuenta de la existencia de cólera en Tazones, Ribadesella y Vega de Ribadeo, extremándose las medidas de control en transportes y viajeros, las normas de higiene y dietas de alimentos y sobre todo controlando las tripulaciones de los barcos que arribaban a puerto. Al día siguiente, la Junta designa Director del Hospital de Coléricos al teniente Coronelk de Artillería retirado don Antonio Carbajal, que habría de prestar beneméritos servicios al frente del mismo y se designaron también los Comisionados para cada uno de los distritos, siendo los correspondientes al casco de la población, los siguientes: Galiana, don Manuel de Prada y don Bernardo González Carbajal; Rivero, don Antonio García Barbón y don Antonio de la Campa; Ferrería, don Francisco Robés Quevedo y don Hermenegildo Suárez Solís; La Cámara, don Genaro de Prada y Don Bonifacio de las Alas, y Sabugo, don Bruno Villa del rey y D. Ramón Troncoso.
El parte médico correspondiente al día 6 de septiembre dice así: "desde el pasado día 2, se observan algunos cólicos, que sin poder nominarlos, cólera morbo asiático, ofrecen síntomas y carácteres sospechosos"
Sólo seís días después el tenor literal del parte médico, manifiesta prácticamente: "hoy, poseídos del mayor sentimiento, cumplimos el triste deber de decie a V.S., para los fines que juzgue conveniente, haberse presentado casos bien caracterizados de cólera morbo con carácter epidémico"
A partir de entonces, el Ayuntamiento y la Junta de Sanidad se constituyen en sesión permanente las 24 horas del día. El libro de partes en el que se van dando los pormenores de los dolorosos estragos de la epidemia nos traen a la memoria las terribles escenas que, con pluma maestra, describe Manzoni, en su inmortal novela "Los Novios".
El cementerio, situado en los terrenos que hoy ocupa el ruinoso lavadero de la Calle González Abarca y los edificios que fueron de Hidroeléctrica, denominados anteriormente fábrica de la luz, estaba de servicio continuo; las calles desiertas eran únicamente transitadas por los presurosos cortejos fúnebres y por el acarreo de enfermos al hospital, se prohibió el toque de campanas y una gran parte de la población, que contaba con recursos para ello, cerraron sus casas y se trasladaron a otros lugares.
Así soportaba Avilés el terrible azote, que por dos veces sembró el pánico y la muerte, la primera entre el 6 de septiembre y el 20 de octubre; la segunda entre el 3 de noviembre y el 24 del mismo mes de aquel año terrible.
Por los partes relativos al primer periodo, sabemos que resultaron invadidos por la enfermedad 150 hombres, 331 mujeres y 33 niños, en total 514 personas, de una población real que en aquellos días no alcanzaba las 3000 almas, de los afectados se curaron 102 hombres, 247 mujeres y 22 niños, siendo, consiguientemente, los fallecidos, 47 hombres, 83 mujeres y 11 niños, en total 141 personas, a las que han de sumarse los 18 fallecidos, en el mismo periódo en el Hospital de Caridad al complicarles la epidemia otras dolencias que ya tenían.
En el segundo período se contabilizan 265 invadidos de los que curaron 142, falleciendo 123 personas, más otras 15 que en dicho período murieron en el hospital de coléricos.
De estas lúgrubes estadísticas podemos concluir que la epidemia, en sus dos fases, afectó a 812 personas, que venían a representar un 27% de los habitantes, siendo los fallecidos en número de 297, un 36% de los afectados y casi un 10% de la población.
El parte correspondiente al 4 de octubre dice: "la epidemia disminuye desde el día 1º, habiendo alcanzado su mayor virulencia entre los días 12 y 20 del pasado septiembre."
En la sesión del Ayuntamiento del día 11 siguiente, se acuerda señalar el jueves día 18, si no hay repetición de casos, para que tenga lugar el Te Deum de acción de gracias. Posteriormente se trasladó la fecha al domingo 21 a las 12 del mediodía, con asistencia de la milicia nacional, a la que se le facilitará pólvora para dos cargas, una al exponer al Santísimo y otra al reservarlo, pero el tres de noviembre se recrudecía de nuevo la epidemia que, como ya hemos indicado, persistiría hasta finales de mes, cobrándose de nuevo vidas.
A mediados de diciembre, parece, por fín, desterrado, definitivamente el mal. El boticario don Tomás Córdoba remite al Ayuntamiento la relación de recetas despachadas para atenciones médicas de los enfermos y una vez más se convoca en domingo, en la Iglesia Parroquial de San Nicolás, " al solemne te deum al Todopoderoso, por haber desaparecido la enfermedad del cólera, con que, por segunda vez, fue afligida la Villa", según dice en el acuerdo municipal que testimonia y patentiza la claridad con que nuestros antepasados sabían que no eran dueños de sus vidas, y como aquella población, angustiada y abatida, buscaba consuelo en el refugio de la fé.
Para hacer frente alos cuantiosos gastos, la Diputación Provincial puso a disposición del Ayuntamiento 4000 reales; el Sr Obispo de la Diócesis 2000 y el secretario del Gobierno de la Provincia trajo personalmente 6000 reales.
Transcurridos estos días trágicos, de tan triste período de la historia de nuestra Villa, que no se libraría de otros brotes de cólera, aunque no de tanta intensidad, 15 años más tarde hemos de hacer mención a las muestras de reconocimiento y gratitud del pueblo y de la Corporación Municipal, a todos cuantos se esforzaron y distinguieron en la lucha contra la enfermedad. En este sentido, se reiteran los acuerdos, ya en 28 de noviembre se resuelve:
"Por los humanitarios servicios prestados por el sr. Director de la Compañía Asturiana de Minas de Arnao y por el Director del Hospital de Coléricos, don Antonio Carbajal, en los aciagos días en que sufrió esta población los rigores del cólera, se acuerda tributarles un voto de gracia en lso términos más atentos y expresivos..."
Y más adelante se dice:
"Vistos los estados de invadidos, curados y muertos por el cólera que presentan los doctores don Gregorio Cuesta y don Gregorio Zaldúa, expresando el sentimiento de haber visto tantas víctimas sin que fuera posible sanarlas, por más medios que han puesto y sus mejores deseos. El Ayuntamiento lamenta como ellos aquellas desgracias, si bien tiene la convicción de que se ha hecho cuanto fue posible para evitarlo, por lo que les tributa las gracias, a la vez que quisiera darles una prueba del alto precio en que tienen sus servicios, además de la recomendación que se merecen al gobierno de S.M"
La Comisión de Recompensas, entre otras distinciones acuerda, remunerar al Alcalde Pedáneo de galiana, Don manuel Ovies, y dem´ñas personas que prestaron servicios en las dos invasiones de cólera, y el Ayuntamiento por resolución del 9 de Febrero de 1856 acuerda:
"Entregar a los médicos titulares, Sres de la Cuesta y Zaldúa, los dos bastones con puño de oro y las inciales de sus nombres y apellidos, que la Comisión de Recompensas encargó en madrid, y que costaron 3000 reales, cuyos bastones se acompañarán con atentas comunicaciones, reiterándoles en nombre del Ayuntamiento las gracias por sus servicios en la epidemia de cólera morbo.
Los vecinos de la Villa y Sabugo en agradecimiento por haber sobrevivido a las víctimas que hizo el cólera, organizan una función religiosa, a la que se suma la Corporación Municipal facilitando 200 reales para ayuda de los gastos que con ello se originen, y también el Ayuntamiento, el 13 de Febrero, nombra una Comisión para que se entreviste con los Párrocos a fin de organizar un funeral por los pobres fallecidos, al igual que también lo hace la Junta de Cementerios. Con este fín Don Féliz Ochoa hace donación de un catafalco para las hónras fúnebres, señalándose por el Municipio las tarifas para su utilización: los entierros de primera clase, 100 reales; los de segunda, 80 reales; y los de tercera 10 reales.
Bibliografía: Revista del Bollo porJusto Ureña y Hevia. Año 1987
hola, soy descendiente/pariente de algunas de estas personas, podría citar este artículo como fuente en mi árbol genealógico? Gracias
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