ENTAMU

El último año del siglo XIX, vio la llegada de mi abuela a la vida, en el humilde y pescador barrio de Sabugo; vio la llegada de mi abuelo, que con su familia mirandina, desembarcó en el puerto de Santander, trasladándose a la Calle Nueva de Avilés. Llegaron a bordo del barco Alfonso XIII, procedentes de Santa Clara (Cuba), él apenas tenía tres años, sus padres no habían ido a hacer la Habana, habían ido de criados de unos señores de Galiana, y regresaron con cuatro reales, con los que abrieron el bar Casa la Rubia.

Cuento todo esto, porque mi abuela, es una de las mayores responsables de mi interés por la historia de nuestra villa; Sus historias sobre cosas acontecidas en la villa, como el hambre que pasaba en los principios del siglo XX, el vampiro de la Magdalena, el bar que poseía mi bisabuela, la fabrica de baldosas de mi abuelo, etc., me hicieron empezar a investigar sobre nuestro pasado. No es que mi abuela fuera una gran contadora de historias, pero recuerdo que a mediados de los años 80, cuando la televisión programaba la serie Raíces, esa serie hizo que empezará a interesarme por mis antepasados, ¿quiénes eran? ¿cómo vivían? ¿de donde procedían?, ahí empezaron las preguntas a mi abuela, de sus respuestas salieron nombres como Gertrudis, Benita, el Sargento “Pates”, Pepe “El Cristo”, etc. Veinte años más tarde, me regalaron un libro: “Avilés Memoria Gráfica”, cientos de fotografías del Avilés de primeros del siglo veinte. En ese momento renació mi interés por nuestro pasado, pero no solamente por mis ancestros. Esas imágenes hicieron que retomará con fuerza la realización de mi árbol genealógico, pero también mi interés por lo que es toda la historia de nuestra, villa milenaria.

jueves, 8 de marzo de 2018

ARTÍCULO SOBRE EL FEMINISMO PUBLICADO EN EL "PROGRESO DE ASTURIAS" EN FEBRERO DE 1921 POR EL AVILESINO SABINO ÁLVAREZ GENDÍN

En el “Progreso de Asturias” del 12 de Febrero de 1921

Artículo de Sabino Álvarez Gendín

Feminismo

“Las madres que se separan del hogar para frecuentar los salones y teatros, abandonando el cuidado de sus criaturas y dejándolas al de personas extrañas (tan extrañas como su nombre “nurses”) no son dignas de ser llamadas madres, más bien pueden denominase madrastas.
No queremos decir con esto que la mujer quede reducida a ser una máquina incubadora, y se preocupe sólo de cuidados puerperales. Una misión más elevada también le incube: la de proporcionar e infundir instrucción y sentimientos cristianos al espíritu del niño.
La enseñanza de los hijos en sus primeros años, a su cargo debe correr, mientras lo permita su salud, y respecto de las niñas en todo su tiempo, compartiéndola con profesoras y colegios, y no debe quedar reducida a las labores de al aguja, sino que ha de extenderse a la administración y al menaje de la casa.
Debe ser instruida la mujer, no para andar de comicio en comicio perorando y solicitando el derecho al sufragio y otros derechos políticos, sino “para educar cristianamente a su hijos y compartir los trabajos del marido”. Estas palabras no las pronuncia un hombre, ni una plebeya, ni una inculta, sino la señorita Cristina Arteaga (alumna de la Facultad de Filosofía y Letras en la Universidad Central) hija de los duques del Infantado, en la asamblea que la Federación de Estudiantes Católicos de Madrid, celebró recientemente en el salón de Actos del Conservatorio de Música y Declamación.
Se me objetará, que si la esposa comparte los trabajos del marido, la división del trabajo que se opera en el matrimonio, desaparecería, y eso equivaldría a hacer frente a las tendencias modernas sobre división y especialización del trabajo.
En el hogar hay algo común. Marido y mujer colaboran en uno de los principales fines del matrimonio: la educación de los hijos.
Evidentemente hay prestaciones de servicios familiares que pugnan con la naturaleza del sexo, por ejemplo, es de incumbencia de las mujeres la administración íntima de la casa ( en cuanto hay que tratar con servidumbre femenina, y aún este privilegio de la mujer pudiera discutirse) y ciertos cuidados materiales de los niños.
Pero a la esposa muchas veces le sobra tiempo para compartir con el marido, no sólo la educación de los hijos, sino el trabajo – me refiero al intelectual y al artístico- profesional. ¡Y cuantas veces, ya que no la misma profesión, la misma carrera que la del marido, el padre, o el hermano, otras pueden ejercer las mujeres aliviando con sus remuneraciones los gastos de la familia! ¿Que mejor dote que la capacidad artística o intelectual de una novia! Bien se yo que algunas prefieren otros ganchos, y ellos otros dotes aunque no sean morales, y mucho menos intelectuales.
Que para llegar a la capacitación de las mujeres requiérese reformar el código civil ¿que duda cabe?
Político de tanta altura como el señor Maura, en una conferencia pronunciada con motivo de la asamblea de damas católicas celebrada el año pasado en Madrid, preconizaba la reforma de la legislación civil en un sentido amplio y liberal respecto de la esposa, rompiendo las cadenas que la subyugan al marido: una mujer soltera o una viuda tienen más capacidad de obrar en derecho que la casada. ¡Absurdo!
En cuanto a los derechos políticos, creemos que el precipitarse las mujeres a conseguirlos puede dar lugar al retroceso.
Paso a paso, se puede llegar a la consecución de los mismos que hoy ejercitan los varones.
Si se consigue todo de un golpe, y se fracasa por falta de ambiente y de costumbres cívicas, etc., entonces si que se van a regodear en el triunfo los espíritus raquíticos que les da por llamar a a la mujer que quiere equipararse al hombre, bigotuda sufragista.
Un peldaño de los derechos políticos ha subido en el Claustro de Doctores de la Universidad Central, donde se permite emitir el sufragio electoral para Senadores Universitarios a las Directoras de las Escuelas Normales y a las Doctoras. Así, poco a poco, para no precipitarse, caer y descender debe obtener los derechos políticos el sexo femenino.
Entonces si que llegaremos a ver a la mujer igualada en todo con el hombre, sin más diferencias sociales que las exigidas por la diversidad de aptitudes y de sexo.
Entonces si que las mujeres no se sentirán “esclavas”, ni tendrán que ser astutas, lisongeras, mentirosas, amantes fingidas, muy fingidas de las que saben, cuando ello les conviene, deshacerse en almíbares hasta languidecer de amor.
No te ofendas por estas palabras bella – por ser joven – lectora, que no hago más que repetirlas, aunque me solidarizo con su autor. Las imputo a un agustino, que probablemente conocerás y admirarás el P. Graciano Martínez (prólogo de su interesante libro “La Mujer Española”)

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