En
el “Progreso de Asturias” del 12 de Febrero de 1921
Artículo
de Sabino Álvarez Gendín
Feminismo
“Las
madres que se separan del hogar para frecuentar los salones y
teatros, abandonando el cuidado de sus criaturas y dejándolas al de
personas extrañas (tan extrañas como su nombre “nurses”) no son
dignas de ser llamadas madres, más bien pueden denominase madrastas.
No
queremos decir con esto que la mujer quede reducida a ser una máquina
incubadora, y se preocupe sólo de cuidados puerperales. Una misión
más elevada también le incube: la de proporcionar e infundir
instrucción y sentimientos cristianos al espíritu del niño.
La
enseñanza de los hijos en sus primeros años, a su cargo debe
correr, mientras lo permita su salud, y respecto de las niñas en
todo su tiempo, compartiéndola con profesoras y colegios, y no debe
quedar reducida a las labores de al aguja, sino que ha de extenderse
a la administración y al menaje de la casa.
Debe ser instruida la mujer, no para andar de comicio en comicio
perorando y solicitando el derecho al sufragio y otros derechos
políticos, sino “para educar cristianamente a su hijos y compartir
los trabajos del marido”. Estas palabras no las pronuncia un
hombre, ni una plebeya, ni una inculta, sino la señorita Cristina
Arteaga (alumna de la Facultad de Filosofía y Letras en la
Universidad Central) hija de los duques del Infantado, en la asamblea
que la Federación de Estudiantes Católicos de Madrid, celebró
recientemente en el salón de Actos del Conservatorio de Música y
Declamación.
Se
me objetará, que si la esposa comparte los trabajos del marido, la
división del trabajo que se opera en el matrimonio, desaparecería,
y eso equivaldría a hacer frente a las tendencias modernas sobre
división y especialización del trabajo.
En
el hogar hay algo común. Marido y mujer colaboran en uno de los
principales fines del matrimonio: la educación de los hijos.
Evidentemente hay prestaciones de servicios familiares que pugnan con
la naturaleza del sexo, por ejemplo, es de incumbencia de las mujeres
la administración íntima de la casa ( en cuanto hay que tratar con
servidumbre femenina, y aún este privilegio de la mujer pudiera
discutirse) y ciertos cuidados materiales de los niños.
Pero a la esposa muchas veces le sobra tiempo para compartir con el
marido, no sólo la educación de los hijos, sino el trabajo – me
refiero al intelectual y al artístico- profesional. ¡Y cuantas
veces, ya que no la misma profesión, la misma carrera que la del
marido, el padre, o el hermano, otras pueden ejercer las mujeres
aliviando con sus remuneraciones los gastos de la familia! ¿Que
mejor dote que la capacidad artística o intelectual de una novia!
Bien se yo que algunas prefieren otros ganchos, y ellos otros dotes
aunque no sean morales, y mucho menos intelectuales.
Que
para llegar a la capacitación de las mujeres requiérese reformar el
código civil ¿que duda cabe?
Político de tanta altura como el señor Maura, en una conferencia
pronunciada con motivo de la asamblea de damas católicas celebrada
el año pasado en Madrid, preconizaba la reforma de la legislación
civil en un sentido amplio y liberal respecto de la esposa, rompiendo
las cadenas que la subyugan al marido: una mujer soltera o una viuda
tienen más capacidad de obrar en derecho que la casada. ¡Absurdo!
En
cuanto a los derechos políticos, creemos que el precipitarse las
mujeres a conseguirlos puede dar lugar al retroceso.
Paso
a paso, se puede llegar a la consecución de los mismos que hoy
ejercitan los varones.
Si
se consigue todo de un golpe, y se fracasa por falta de ambiente y de
costumbres cívicas, etc., entonces si que se van a regodear en el
triunfo los espíritus raquíticos que les da por llamar a a la mujer
que quiere equipararse al hombre, bigotuda sufragista.
Un
peldaño de los derechos políticos ha subido en el Claustro de
Doctores de la Universidad Central, donde se permite emitir el
sufragio electoral para Senadores Universitarios a las Directoras de
las Escuelas Normales y a las Doctoras. Así, poco a poco, para no
precipitarse, caer y descender debe obtener los derechos políticos
el sexo femenino.
Entonces si que llegaremos a ver a la mujer igualada en todo con el
hombre, sin más diferencias sociales que las exigidas por la
diversidad de aptitudes y de sexo.
Entonces si que las mujeres no se sentirán “esclavas”, ni
tendrán que ser astutas, lisongeras, mentirosas, amantes fingidas,
muy fingidas de las que saben, cuando ello les conviene, deshacerse
en almíbares hasta languidecer de amor.
No
te ofendas por estas palabras bella – por ser joven – lectora,
que no hago más que repetirlas, aunque me solidarizo con su autor.
Las imputo a un agustino, que probablemente conocerás y admirarás
el P. Graciano Martínez (prólogo de su interesante libro “La
Mujer Española”)
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