Extraído del
periódico “El Clamor Público” del 18 de Julio de 1847
“Nos
escriben de Avilés (Asturias) el 13 del actual
Parece un año fatal para Avilés el que atravesamos. El domingo
último, 11 del corriente, dos excelentes operarios franceses de la
fábrica de vidrios salieron a las dos a distraerse por los prados de
la misma, acompañándoles la mujer de uno de ellos, llamado Don
Claudio Schemit. El otro conocido por Mr. Gaspar, se echó al agua
sin saber nadar, y bien pronto tuvo que pedir socorro. No se hizo
esperar mucho. El desgraciado Schemit, a quien todos los esfuerzos de
su angustiada esposa no pudieron contener, vuela a salvar a su
compañero, y ambos hallaron su sepulcro, donde poco antes se estaban
recreando. A la media hora fueron extraídos pero ya cadáveres,
puesto que todos los recursos del arte no han podido volverlos a la
vida, y ayer se les ha dado sepultura eclesiástica. Dos viudas y
cinco criaturas, una de Mr. Gaspar y cuatro de Mr. Schemit, lloran la
terna ausencia de los únicos que en este mundo les servían de
amparo, y bien merecían de su gobierno que echase una mirada de
piedad por la acción heroica de Mr, Schemit. Los demás compañeros,
excelentes personas, bien quistos y apreciados en este pueblo, se
hallan abatidos y consternados, como igualmente sus señoras.
Hace un calor insoportable. Se ha hecho una hermosa recolección de
yerba, ramo preciosos para un país donde el ganado vacuno hace tan
gran papel, y la cosecha de trigo se presenta inmejorable. Pende, no
obstante, la grande, la vital, la panacea de todas las necesidades de
este país, cual es la del maíz, y aunque en la actualidad da
grandes esperanzas, quedarían frustradas si faltasen las aguas de
este mes o de principios del inmediato agosto, y entonces ¡Ay de
nosotros!¿con que viviríamos y con que pagaríamos los enormes
impuestos públicos, que de todos modos nos abruman? ¿Será que
nunca nos alivien algo de tan terrible peso? ¿No será posible
organizar mejor y economizar más?
No
podemos concebir como un vecino de este pueblo, que la echa de
cristiano y religioso, corresponsal de La Esperanza, haya podido en
su comunicación del 30 de junio último, inserta en el mismo
periódico, manifestar tanto pesar porque no haya sido envuelto todo
el pueblo en la causa que se sigue de resultas de los acontecimientos
del 27 de mayo último, abrigue tan poca caballerosidad o falta se
sentimientos cristianos para insultar a la desgracia, ocultando su
cara,y se manifieste tan mal orientado y tan poco conocedor de las
causas que motivaron aquellos desgraciados sucesos. La alarma, el
sentimiento universal de un desolante porvenir, rodeado de todos los
horrores del hambre y de la miseria, si se embarcaban los granos
existentes, nacieron de ese instinto de conservación tan poderoso y
tan fuerte en todos los seres vivientes y particularmente en el
género humano.
Los
árboles rompen las murallas y aún las rocas para buscar el alimento
que les es propio, y no hay animal, por tímido que sea, que no se
convierta en osado y atrevido para satisfacer la imperiosa necesidad
del hambre ¿que hará pues el hombre cuando preocupado con esta
fatal y funesta idea ve comprometida, no solo su suerte y su
existencia, sino la de los mas caros objetos de su corazón, sus
padres, sus esposas, sus hijos? ¿Y negara el citado corresponsal que
había motivos poderosos para que se despertase con energía y con
fuerza ese instinto salvador, ese instinto perspicaz, que por sus
poderosos resortes convierte en realidad la fábula de los zahoríes,
aunque medie el tapete azul?. Las noticias que se recibían de todas
partes aterraban al hombre de más fotaleza. La crisis de cereales
era general, lo mismo en los países productores que en los escasos y
estériles; sus precios subían cada día más: los especuladores
recogían, almacenaban y extraían todo lo que había a la mano;
poruqe los pedidos del extranjero no limitaban cantidad ni precio:
gobiernos sabios de Europa prohibían su salida, y cada cual,
cobijándose en su guarida, custodiada con cuidado como los
Hamsteres, el depósito sagrado de su existencia; los peligros
progresaban con rapidez, los consumos y extracciones diarias hacían
cada día mas violenta y temible la enfermedad, la esperanza de
remedio se alejaba, porque los puentes del Báltico estaban cerrados,
los de los estados Unidos muy distantes y el mal exigía pronto
remedio. En tan crítica, precaria y apurada situación vino un nuevo
consumidor de formidables dimensiones y de inmensa capacidad a
reclamar su parte, sopena de amenazarnos y llevar a cabo nuestra
total ruina, la tierra que necesitaba sembrarse para la reproducción
para la reproducción, al mismo tiempo que escaseaban los jornales y
el numerario, y los pobres, y aún los ricos se veían en los mayores
apuros. Este era el estado, estas las circunstancias y auspicios que
reinaban cuando se trato de a efecto el embarque de granos en este
pueblo el día 27 del mayo citado. Los especuladores se presentaron,
no obstante, a la autoridad, reclamando su protección, para llevar a
efecto lo que les era permitido por las leyes vigentes; y he aquí
chocándose los intereses opuestos; uno inmensamente poderoso,
inmensamente fuerte, cual era la conveniencia pública, el salus
populi, para que no se diese oídos a los especuladores; otro el del
cumplimiento de las leyes, que no dudo es muy sagrado y respetable en
casos normales y ordinarios. La autoridad se decidió por el último,
o porque le creyó más atendible en el orden público, o porque, en
su opinión, no había los inconvenientes que dejo apuntados. Lo
cierto es que el día que se supo que se iba a llevar a efecto el
embarque, subió el maíz doce reales en fanega y el trigo dieciseis,
que con esto vino a ponerse más alto lo que era necesario para que
por las disposiciones vigentes se permitiese la extracción.
Los
efectos que esta medida produjo ya los sabe todo el mundo. Después
de todo el embarque no se llevó a efecto, y si me es lícito
explicarme, diré, que allí por donde desistimiento de las partes,
aunque bien tarde, se detuvo la operación, allí por viudicación de
la autoridad debió principiar, de otro modo no queda ostensiblemente
puesta en buen lugar, por más que se recurra a los tribunales; por
que si bien , estos castigan las infracciones de ley, la acción del
gobierno, una vez comprometida, no debe retroceder sino quiere
desvirtuarse. Y, una de dos, o los obstáculos eran insuperables, o
los inconvenientes eran muy graves. Lo primero no puede ser: si es lo
segundo, el pueblo de Avilés no es tan criminal como lo desea el
articulista y corresponsal de La Esperanza.”
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