En aquella reunión preliminar quedó señalado el camino a seguir, y que en realidad fue parco en problemas, puesto que después de señalar las cuotas de asociados (25 céntimos semanales), y fijar el cinco por ciento del valor de la pesca para gastos de Cofradía, se acordó realizar gestiones para conseguir dinero y proceder a la construcción de la rula, en lo que en lo sucesivo se subastaría el pescado, en vez de hacerlo sobre el carel de las lanchas o en la cubierta de los barcos como hasta entonces se hacía.
Los entusiastas marineros, a cuyo frente quedó como presidente Tadeo Fernández, consiguieron la cantidad de 5000 pesetas para tal menester, siendo facilitada dicha cantidad así: 2000 pesetas, por el armador don Manuel Arrojas, que se negó a percibir interés alguno por su préstamo, y 3000 pesetas con el cinco por ciento de interés, Por Doña Arsenia Fernández del Viso, popular estanquera de Sabugo. Con ese dinero y con el crédito concedido por la ferretería y materiales de construcción de los señores Vidal y Carreño (razón comercial ya extinguida), y establecida en el local que actualmente ocupa la Ferretería de Don José María Prada, se procedió a construir la primitiva rula, en la margen izquierda del muelle local, en terrenos cedidos desinteresadamente por Victoriano Fernández Balsera, constante benemérito protector de la sufrida clase pescadora. Sobre este terreno casi pegado a la empalizada del ferrocarril del norte, se construyó una sencilla edificación de madera, en cuya cima se instaló una pequeña campana cuyo tañido avisaba alas gentes de sabugo el arribo de la flota de bajura y de las contadísimas parejas de altura que en aquellas fechas tenían su base en nuestro puerto. Muchos han de recordar todavía, las escenas llenas de gracia y de ingenio de los que el reducido espacio de la cancha de subasta fue escenario la primitiva rula. Las pescaderas de Sabugo, no disciplinadas entonces, como hoy lo están, constituían con sus voces de protesta y salerosas ocurrencias, motivos más que sobrados para un sainete o para una novela de costumbres, con aquellas escenas en que la gracia, la donosura y el ingenio de Aurora la de Tadeo, María la Caresta, las Chaconas, la Pita, la Monxa, las Poretas, la Picuda, la Maizona, Dolores la Lluanco, Hermesenda, la Ramirona, la Macarra, Oliva el Cristo, Pacita, etc., constituían sabroso y picante motivo para los avilesinos, a quienes la novedad de la rula y el espectáculo esmaltado de ocurrentes decires, expresados las más de las veces con “vistas a la galeria”, empujaban hacia la primitiva rula, en las horas del atardecer.
Al socaire de aquel edificio chiquito y grato, en el que los viejos mareantes avilesinos apretaron fuertes lazos de unión para defensa de sus intereses, descansaban los días en que los elementos rizaban las aguas del Cantábrico, impidiendo la salida de lanchas y barcos, los marineros de Sabugo, remeros de pelo en pecho y pescadores arriscados que profesaban especial devoción a su patrona la “Virgen de las Mareas”, cuya cofradía, en sus comienzos, tuvo asiento en la secular Iglesia de Santo Tomás, en la que, presididos por el párroco, celebraba sus juntas en el atrio situado a la derecha de la llamada puerta de “Doña Sancha”, y en cuyo lugar se conserva aún la mesa de piedra sobre la que tantos acuerdos se habían escrito. Esos marineros, sumidos la mayoría de ellos en la vorágine fatal que a nadie y nada perdona, eran Tadeo, Pacho Careste, Romanones, Malín, Candín, Colás el de Severiana, Valeriano, el Pito, el Chucho, José María Corrales, Los Picudos, Manolo Arrojas, Vior, Languay y otros muchos más cuyos nombres escapan a nuestra memoria. Ellos con sus “marexeaes”, hacían digno “pendant” a aquel cuadro abigarrado, en el morir de las tardes, mientras ellas, las pescaderas, tan hábiles en la respuesta oportuna y rezumante de salero, como notabilísimas cantantes, entonaban a coro viejas canciones, ya olvidadas muchas de ellas, por desgracia, para el folklore local, como aquellas: “Adiós Pepita mía”, “Pescadora, pescadora” , “Narcisita”, “Bitelera”, etc.
Eran entonces los encargados de la rula Hipólito Arias y Gregorio Rodríguez.
Este primer edificio del gremio de marineros, solera del actual Pósito de pescadores “Virgen de las Mareas”, se inauguró el día 20 de Mayo de 1920, y su junta rectora la constituían, con su presidente Tadeo Fernández, Eloy Hevia como tesorero, José López González como secretario y, vocales, Argimiro Fernández, Francisco Arnilla, Pedro Cuervo y Alfredo Fernández.
Una de las primeras adquisiciones de la flamante rula, fue la de una báscula y, la primera campana, que se instaló sobre la sencilla espadaña del edificio, fue donada, por el siempre bien recordado avilesino Don Ángel Álvarez González.
En 1928, la explanación de terrenos para el ferrocarril estratégico de la costa, constituyó un serio problema para la rula, ya que aquellas obras obligaban a esta, al desmantelamiento de su edificio; pero para resolver este asunto de tan vital importancia, ahí estaba el bueno de Victoriano Fernández Balsera, quien les proporcionó nuevo y más extenso terreno muy cerca del anterior emplazamiento, sin más pago que el de 10 pesetas anuales, como canon, cantidad idéntica a la que ya venía percibiendo por el emplazamiento primitivo. Y no paró en esta nueva facilidad de aportación desinteresada y solícita el señor Balsera, sino que donó a la rula 7000 pesetas, que en concepto de indemnización habían sido hechas por el estado como consecuencia de la expropiación del terreno para el ferrocarril estratégico.
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