En
el Noroeste del 6 de Enero de 1905
La enojosa cuestión del alumbrado eléctrico hallase actualmente en
su período álgido, temiéndose que surja de un momento a otro algún
conflicto grave entre el Ayuntamiento y la empresa arrendataria, por
negare el primero, según se dice, a proporcionar el agua necesaria
para el abastecimiento de las calderas.
Por lo pronto ya se anuncia que desde mañana queda suspendido el
servicio del alumbrado, tanto público como particular, y que el
arrendatario hállase dispuesto a cerrar la fábrica hasta que no se
cumplan todas las clausulas del vigente contrato.
Esta determinación perjudicará considerablemente al pueblo, y de
llevarse a caco con todo el rigor, es muy posible que produzca un
movimiento de opinión formidable contra los causantes de un estado
de cosas tan vergonzoso, insostenible y anómalo.
¿Quien tiene razón en este litigio? ¿La tiene el actual
contratista del alumbrado eléctrico al negarse resueltamente a
entregar la fábrica sin la tasación previa de su maquinaria, o bien
la tiene el Ayuntamiento al presentar obstáculos y hacer imposible
el normal funcionamiento de aquella?
Desde luego que la corporación municipal no se mantiene dentro de
los límites de la equidad y de la justicia si son ciertos los cargos
que se le hacen y si hay un asomo de verdad en lo que se dice
respecto a su conducta. Si para proceder a la entrega de la fábrica
se requiere la tasación previa de la maquinaria nueva adquirida por
Don Juan Álvarez y así fue acordado de antemano por ambas partes
¿como es que se pretende la tal entrega sin que se haya cumplido tan
esencial requisito? Y porque habiéndose verificado la tasación sin
haber recaído un acuerdo definitivo por disconformidad de os
primeros peritos, porque, repito, no se eligió un tercero para que
imparcialmente lo resolviera todo y con cuyo fallo quedaran conformes
ambos contendientes?
Pues porque, al parecer, en tan deplorable asunto los sentimientos
enconados, las diferencias de grupos y las rivalidades personales
pueden mucho más que lo intereses públicos y las conveniencias de
la localidad. Seguramente que el conflicto suscitado se le buscará
pronta solución más o menos amigable, pero antes conviene desfogar
la cólera sobre el contrario, aburrirle un poco con estratagemas que
enciendan los ánimos y demostrarle que los que tienen la sartén por
el mango están autorizados para manejar como les plazca y como se
les antoje los intereses propios y los ajenos.
Y mientras tanto que se fastidie el pueblo y que se aguante, que
alumbre sus hogares con velas de esperma o con petroleo y que camine
a tientas por la calle, oscuras y tétricas como en aquellas épocas
memorables de las rondas nocturnas y de los toques de queda… ¡El
pueblo! ¿Existe a caso? ¿Donde están las pruebas de vida, los
arranques de su voluntad? A veces parece que alienta y que se impone,
pero son las menos y vuelve enseguida, a su quietismo, a su modorra,
a su cotidiano ensimismamiento.
Es doloroso confesarlo, pero sería criminal que por un mal
entendido patriotismo, ocultásemos la verdad, desconociéramos los
hechos y negáramos públicamente los efectos mortíferos,
irremediables, desastrosos, de una pasividad tan grande y de una
administración tan descuidada y perniciosa.
Si estamos de la manera que estamos, si aquí no hay edificios
apropiados para escuelas, para juzgados, para cárcel; si las calles
no se barren ni se arreglan casi nunca ¿a que se debe mas que a la
inercia de los diversos elementos que componen el pueblo, inercia
sobre la que descansan plácidamente los que nos dirigen y mandan?”
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